domingo, 23 de febrero de 2020

Relato: Alfa, seducción peligrosa

Hola a todes, 
Hoy os traigo un nuevo relato que, una vez más no ha sido elegido para una antología sobre vampiros. Espero que os guste. 




ALFA
Seducción peligrosa


El sonido de la música era ensordecedor, tanto que fruncí el ceño en vez de hacer lo que en realidad quería: taparme los oídos. O salir de allí. Porque, la verdad, odiaba tener que poner el pie en un lugar como aquel: lleno de humanos borrachos.

Lleno de lobos. 

Podía sentir su olor húmedo y almizcleño, animal, con demasiada claridad. Me dieron arcadas y tragué saliva. No había en el mundo un olor peor que el de un lobo (y no, no siento desilusionaros si creíais que el olor que más odia un vampiro es el ajo), y más si era el olor conjunto de más de uno. Me obligué a oler en más profundidad y a separar los distintos olores para poder identificar cuántos lobos había en la discoteca y discerní ocho de ellos. 

Me volví hacia los miembros de mi aquelarre. A diferencia de los lobos, nosotros solo éramos seis, pero nos las bastaríamos para poder solucionar las cosas. 

Caminando a la cabeza de mi grupo, como el líder que era, me abrí paso entre la muchedumbre de sudorosos humanos que bailaban, como si no hubiera un mañana, bajo las luces multicolores de los focos que iluminaban el interior de la discoteca subterránea. Algunos de ellos se nos acercaron con ademán de buscar pasar un buen rato con nosotros, pero una mirada de Vladimir bastó para que los incautos se lo pensaran mejor. No habíamos venido a pasar un rato de diversión, para tener sexo y, si el humano consentía, sangre, sino a encarar a una panda de lobos que estaban donde no deberían estar.   

Sentados en un reservado, rodeados de humanos de ambos sexos, los lobos reían y bebían mientras algunos de ellos magreaban a los humanos que les habían llamado la atención. Mi aquelarre y yo nos detuvimos a unos pasos de los sofás donde estaban sentados y de la mesa baja de cristal donde había una buena multitud de jarras de cervezas y platos con diferentes snacks. 

Alcé el rostro unos centímetros para contemplarlos más por encima de mí de lo que ya lo estaban por estar yo en pie y ellos sentados. Los miré uno a uno y me quedé helado cuando me percaté de dos cosas. La primera: no había ocho lobos sino nueve. La segunda: el lobo que no había identificado en un principio no olía como los demás. 

Fue precisamente ese lobo, que estaba sentado en una esquina y más alejado del resto, el primero en alzar la vista y mirarme. Cuando sus ojos conectaron con los míos, una descarga eléctrica me recorrió de pies a cabeza y tragué saliva. Un extraño olor inundó mis fosas nasales, uno que parecía querer subyugarme y robarme la facultad de poder actuar libremente. ¿Cómo podía ser eso posible?

― Misha ― me susurró Rena colocándose a mi lado. Sentir su fragancia y su frío corporal me ayudó a aislar aquel olor que no solamente era extraño, sino también peligroso.
Demasiado.  

Mi aquelarre se desplegó y rodeó el lugar donde estaban los lobos que, al fin, se dieron por aludidos y se dignaron a dejar de comportarse como unos barbaros para prestarnos atención. 

― Vaya, vaya ―dijo uno de ellos que apartó al humano que le estaba lamiendo el cuello ―, mirad qué tenemos aquí. Ya decía yo que olía a niños pijos.

― A finolis ― continuó otro que soltó seguidamente una carcajada que corearon los demás lobos menos el que no dejaba de mirarme. Y eso me estaba poniendo muy nervioso. Tanto que me estaba costando casi la existencia no lanzarme sobre él y arrancarle los ojos de las cuencas.    

― No habríamos venido si vosotros no hubierais puesto un pie en nuestro territorio ― les respondió Dimitri con los brazos cruzados en una postura que, aunque parecía relajada, era totalmente ofensiva. 
El lobo que había hablado primero se levantó para encararse con Dimitri. Mucho más alto que nosotros, lo lobos solían medir de media unos dos metros y este los sobrepasaba, pues Dima medía un metro noventa y aquel le sacaba más de una cabeza y media. Corpulencia, ferocidad y músculos gruesos contra elegancia, esbeltez y letal velocidad.

― ¿Perdona? ¿Qué has dicho? ¿Territorio de quién? 

― De nuestro aquelarre. 

― ¿Este garito es vuestro comedero? Creí que los vampiros ya no atacabais a los humanos sin su consentimiento para dejarlos más secos que una ciruela pasa.

Antes de que Dimitri se lanzara contra el lobo, me adelanté y me coloqué entre ellos a la vez que alguien gruñó. Fue un gruñido bajo, pero lleno de autoridad. Me volví hacia el chico que estaba sentado en la esquina y que seguía mirándome fijamente. Si el lobo estuviera en su forma animal habría agachado las orejas y la cola, pero en su forma humana se limitó a bajó la cabeza y dio unos pasos hacia atrás. 

― Siento el comportamiento de Liam ―habló cruzando las piernas y acomodándose en el sofá para poder mirarme mejor. No. Lo hizo para que yo le viera mejor ―. Como macho alfa de mi manada, me disculpo.    

¿Alfa? ¿Manada? Así que esos lobos que se habían adentrado en la zona de influencia que controlábamos era una nueva manda. Pero era muy pequeña y sus integrantes muy jóvenes… Una luz se encendió en mi cerebro.

― Eres Glenn Linheart ―murmuré.

― Sí. Y tú Mikhail Morozov. 
  
Tragué saliva. Nunca habría imaginado que el lobo con el que los vampiros de mi clan habíamos hecho un pacto para colaborar, y poder solucionar la guerra ancestral entre vampiros y licántropos, fuera un lobo tan joven. Apenas un cachorro de unas veinti pocas primaveras.

― Ahora que ya sabes quién soy yo y quiénes son mis compañeros, espero que tengamos la fiesta en paz, vampiro ― dijo enfatizando mucho la palabra vampiro. 
¿La fiesta en paz? ¿Se estaba burlando de mí?

― Nadie me ha informado de que ibais a estar en mi territorio, lobo. 

Glenn se encogió de hombros. 

― Puede que se les haya pasado. También es cierto que llevamos un par de días aquí instalados. Pero tenemos todo el derecho a estarlo, ¿cierto, Misha?

Me dio un vuelco el corazón cuando pronunció el diminutivo de mi nombre y me mordí el labio inferior ante la oleada de sentimientos y sensaciones que comenzaron a recorrerme el cuerpo. De nuevo el olor ―su olor― se me metió en las fosas nasales y me sentí mareado. 

Me clavé las uñas en las palmas de la manos para recuperar la compostura, algo que estaba siendo sumamente difícil a causa de que esos ojos no dejaban de mirarme. Ojalá los Ancianos no hubieran prometido asilo y cobijo al hijo y heredero de una de las manadas de licántropos más poderosas. El lobo que era una de las piezas clave para acabar con las luchas y el derramamiento de sangre entre ambas especies después de nueve mil años.

Después de siglos y milenios de luchas, muchos vampiros y licántropos queríamos una paz duradera que nos permitiera vivir cada cual por su lado, sin tener que vigilar nuestras espaldas ni temer por nuestras vidas. Pero, como con todo, había otros muchos que no querían la paz sino la aniquilación total de la otra especie. 

Al igual que las distintas familias de licántropos se dividen en distintas manadas, los vampiros estamos divididos en clanes y cada clan en aquelarres. Los clanes están gobernados por los miembros más ancianos y los jefes de aquelarres se designan por sus capacidades de liderazgo. En mi caso, hacía más de doscientos años que era líder de un aquelarre formado por trece vampiros. 
El caso del lobo que tenía enfrente era distinto.  

Glenn Linheart no solamente era el hijo menor del actual jefe de la familia Linheart y el heredero legítimo, sino que había nacido fuera de la familia y su madre era humana. Por lo que sabía, el puesto se lo había ganado después de retar y combatir con todos sus hermanos mayores uno por uno. Cuando derrotó al último, logró convertirse en un alfa y, a su vez, la enemistad de la práctica totalidad de toda la familia Linheart. Aunque fue nombrado heredero, la presión dentro de la familia era tan grande que Glenn la abandonó junto a sus partidarios y formó una manda propia. Fue entonces cuando se presentó ante los Ancianos de mi clan e hicieron un tratado de colaboración y de no agresión para conseguir un fin común.   

― Creo que te estás extralimitando, Linheart.

Él alzó una ceja.

― ¿Extralimitando?

― Puede que mi clan y tú hayáis hecho un pacto, pero eso no quiere decir que puedas adentrarte en nuestro territorio como perro por su casa y adueñarte de nuestros locales.

― ¿Locales? ¿Adueñarme? ― ¿Eran imaginaciones mías o estaba muy a gusto con esta situación? ¿Era diversión lo que olía en ese aroma que no dejaba de atolondrarme los sentidos y de provocarme sensaciones desconocidas para mí? 

― Sí, locales. Esta zona retirada pertenece a mi territorio y, aunque nuestra influencia sea baja y dejemos hacer a los humanos su voluntad, no quita que sea mía. 

Una sonrisa de lado apareció en su rostro, llena de seguridad con la diversión estampada como colofón. Ese gesto hizo que me fijara más en él. Su fisonomía, a diferencia de los licántropos en general, no era tan tosca. Su mandíbula era más fina, menos robusta y bastante elegante, al igual que su nariz que era más pequeña que la de sus congéneres a causa de no ser un lobo de pura raza. Pero sus ojos, su pelo y su constitución ósea y muscular sí que eran los de un verdadero licántropo. 

Glenn se levantó del sofá, mostrándome su descomunal estatura en relación a la mía. Porque, aunque era más bajo que los ocho licántropos que se habían alzado a la vez que su alfa, yo no pasaba del metro setenta y el lobo mediría casi los dos metros. El corazón me dio un vuelco (sí, los vampiros tenemos un bonito corazón que nos bombea la sangre. ¿Cómo si no íbamos a poder vivir?) al sentir su cercanía y su olor con mucha más fuerza que antes. El calor descomunal que desprendía aquel cuerpo ataviado con una ajustada camiseta de manga corta, unos sencillos tejanos rajadas por las rodillas y unas zapatillas deportivas, se me antojó demasiado agradable. Qué tontería, ¿verdad? Las luces de la discoteca cambiaron y me permitieron ver destellos plateados en su cabello corto y otro dorado en sus iris de pupilas dobles. 

La tensión aumentó cuando el lobo alzó una mano hacia a mí. Tardé varios segundos en ser consciente de lo que ocurría a mi alrededor. La mano de Dima saltó a aferrar la muñeca de Linheart, pero Liam fue más rápido y atrapó la de Dimitri. Los ojos de mi amigo se posaron en los del lobo y Rena atrapó a su hermano antes de que éste se lanzara a atacar al lobo. 

― ¡Dimitri! ― exclamé recuperando la compostura ante el olor reconfortante de los míos ante el de Glenn.

― No te atrevas a tocarme ― le siseó Dima a Liam antes de volverse a Linheart ―. Y tú no te atrevas a acercarte a Mikhail. 

La cara de Liam se tornó tan roja por la rabia que hasta un humano podría verlo en la semioscuridad.

― Cómo dices, pijo de mier… 

Glenn volvió a soltar un gruñido bajo y Liam y los demás lobos, soltando gruñidos lastimeros, dieron un paso hacia atrás. 

― Siento mis maneras y la de los míos ― se disculpó sin dejar de mostrarse seguro y dueño de la situación. Sin miedo ante nada ni nadie y mucho menos de nosotros. De mí ―. Solamente quería mostrarme amistoso con Misha. 

Antes de que Dima dijera nada más me volví hacia él y mis compañeros.

― Basta, recordad que somos aliados. Y tú también ― apunté hacia Glenn ―. Si pretendes pasearte por aquí, deberías haberme mostrado tus respetos y haberme pedido permiso. 

― Tienes razón. No he sido muy cortés y lo siento. 

Asentí. Vaya, no me lo esperaba. Al parecer sí que se podía razonar con unas bestias bárbaras. 

― Bien ― asentí.

― Por ello me gustaría redimirme y disculparme como es debido. 

Antes de que fuera consciente de lo que acababa de decirme, Glenn me cogió de la muñeca y me arrastró hasta la pista de baile. Atónitos, tanto los lobos como mis compañeros caminaron unos pasos hasta la balaustrada de la zona de reservados en donde estábamos y observaron cómo Glenn me llevaba a donde quería sin esfuerzo y sin que yo opusiera resistencia alguna. 
Porque no podía.

No era solamente la sorpresa de su comportamiento, sino también ese maldito olor que cada vez se me antojaba más delicioso, más dulce y más irresistible.

El ensordecedor retumbar de la música recorrió todo mi cuerpo y un extraño calor se apoderó de mis miembros, algo completamente insólito en un vampiro, cuando Glenn me pegó a él y comenzó a bailar al son de la música. 

Sus manos, en mis caderas, marcaban el ritmo al igual que los movimientos sugerentes de su poderosa anatomía. Sus ojos, de nuevo, me miraban fijamente y yo, incapaz de apartarlos, me maravillé ante la belleza de sus brillantes pupilas. ¿Qué demonios te pasa, Misha? ¿Cómo es que estás a merced de un maldito lobo por muy aliado que fuera y por mucho que, por la razón que fuera, te estaba robando la razón?

Si quería jugar, yo también sabía cómo hacerlo.

Soltándome con facilidad del agarre de Glenn, y sin romper el contacto que tenía con su cuerpo ni el ritmo de la música, me di la vuelta y pegué mi espalda a su pecho al igual que mi trasero estaba a escasos centímetros de la parte delantera del lobo. Una que parecía estar demasiado contenta, acorde con su dueño. 

Y eso me hizo sonreír y pasarme la lengua por los labios. 

Con movimientos sensuales ahora era yo quien llevaba el control del baile, pero enseguida me percaté de que, ese control, me lo estaba cediendo él alegremente, disfrutando con mi predisposición a seguir ese peligroso juego de seducción que había comenzado en cuanto nuestras miradas se cruzaron y nuestros olores se mezclaron. 

Sus manos, más grandes que las mías, se colocaron en mis muslos, acariciándolos y tentando la zona de mi pelvis y mis glúteos. Solté un suspiro y el calor que me estaba haciendo arder, uno que había perdido cuando dejé de ser un neófito, estaba alcanzando una parte de mí que hacía años que no sentía ningún tipo de interés por nada ni por nadie.  

Quería que esas manos siguieran tocándome, que se colaran por debajo de mi ropa y que su labios, a escasos centímetros de mi cuello, besaran mi piel. Mi boca.

Me volví a girar. Sabía que no estaba pensando con claridad, sabía que me arrepentiría  en cuanto el olor de Glenn me dejara volver a ser el Mikhail racional de siempre. Pero, en aquel momento, quería que la boca de Glenn Linheart, un licántropo, mi enemigo natural, me besara y que su lengua se enredara con la mía. Quería… Quería probar el sabor de su sangre.  

Como si me estuviera leyendo el pensamiento, la boca de Glenn se acercó a la mía y allí se quedó. La miré unos segundos antes de mirarlo a los ojos donde leí que me estaba pidiendo permiso. ¿En serio? ¿No se suponía que los licántropos eran unos asesinos sin compasión, unos brutos que conseguían lo que querían a base de violencia? ¿Y no se suponía que los vampiros bebíamos sangre sin importarnos nada y que tratábamos a los humanos como simple ganado? Sí, puede que eso fuera seis mil años atrás, pero ahora bebíamos la sangre que nos vendían los humanos. Después de hacer la paz con ellos, y a través del avance tecnológico, habían nacido múltiples empresas en donde los humanos vendían un par de litros de sangre de forma segura y con muchos controles para que ninguno de ellos sufriera por su salud. Eran raras las ocasiones en las que bebíamos directamente de sus cuellos. Y esas raras ocasiones eran consentidas y durante encuentros sexuales.

De nuevo, como si supiera todo lo que se me estaba pasando por la mente, el lobo se inclinó más y sus labios atraparon los míos. Con suavidad primero y con más intensidad después, los labios de Glenn devoraron los míos y su lengua invadió deliciosamente mi boca mientras yo me dejaba arrastrar por su ardor dominante. Uno que, a pesar de todo, me dejaba una vía de escape por si quería alejarme. Solamente estando en mi sano juicio lo haría, y no lo estaba. 

Pegué mis caderas más a las de Glenn, profundizando más el beso, rodeándole el cuello con mis brazos para anclarme a la firmeza de aquel cuerpo duro y fuerte y no caerme. Porque todo yo temblaba de deseo y de algo que me estaba haciendo estallar el corazón. Quería su sangre. Era una necesidad que me estaba matando. 

― ¿Qué quieres, cariño? ― susurró contra mi boca, haciéndome gruñir por haber terminado el beso ―. ¿Quieres mi sangre?

― Sí ― musité perdido en el éxtasis del momento ―. La quiero. 

El deseo era tan palpable en mi voz que Glenn sonrió triunfante antes de exponerme su cuello. Clavé mis colmillo sin pensármelo dos veces y su sabor me mareó en cuanto las primeras gotas de sangre acariciaron mi lengua. Era deliciosa. Nunca antes había bebido una sangre más dulce y más sabrosa que aquella. Podría vivir solamente con aquel fluido vital. Solamente necesitaba aquella sangre y nada más. 

Un dolor punzante en mi cuello me hizo despertar y retraer los colmillos. Glenn me estaba mordiendo. A mí. Un lobo mordiendo a un vampiro sin la intención de despedazarlo, sino la de…
Me aparté de él siendo consciente de lo que acababa de hacerme. De lo que había hecho yo. Un intercambio de sangre. Me llevé una mano a su mordisco mientras mis ojos pasaban de la zona del cuello de Glenn que acababa de morder hasta su rostro tranquilo y triunfante. 

― ¿Qué has hecho? ― pregunté horrorizado.

― Lo que debía. Ahora ya no hay problema con que yo y mi manada estemos aquí y tampoco con que tu clan me traicione, ¿verdad, Misha?

Incapaz de moverme, de reaccionar, me quedé allí anclado en la pista de baile mientras él se marchaba del local seguido de su manda. 

Por ahora. 

Me estremecí y tragué saliva ante la gravedad del asunto. Acababa de atarme para toda mi eternidad a un lobo, a mi enemigo natural desde hacía miles de años. Y no solo eso. Porque Glenn Linheart era el lobo, la clave para acabar las luchas entre vampiros y licántropos. 

Y mi pareja, el único ser vivo del cual podría obtener la sangre que necesitaba para vivir.  
  

sábado, 8 de febrero de 2020

Reseña: Las semillas que dejamos por de Lorena Gil Rey

"La finalidad de la vida no se rige por vivir más allá sino en que lo que vivamos sirva para que los que vienen detrás lo hagan mejor"




Ficha Técnica
- Autora: Lorena Gil Rey
- Editorial: Wave Books Editorial
- Sello: Wave Gold
- Novela corta
- Ciencia Ficción, mundo postapocalíptico
- Portada: Karol Scandiu 
- Páginas: 112
- Precio: 9€ (papel) 1'99€ (e-book)
- Disponible en Amazon, Lektu, en la tienda de la páginas web de Wave Books Editorial y librerías

GRACIAS A LA EDITORIAL POR EL EJEMPLAR ELECTRÓNICO




SINOPSIS:

La lucha por la longevidad ha convertido a los hombres en una especie capaz de destruirse entre sí. Solo algunas mujeres, las longevas, son las portadores del gen específico para que la raza humana sobreviva más allá de lo que nunca creyó.

Esta es la historia de Axel, un niño no esperado que con el tiempo se convierte en un hombre capaz de cambiarlo todo.

Esta es la historia de todos nosotros, capaces de olvidar que la vida es algo más que solo sobrevivir y que lo importante en ella son las semillas que dejamos.


OPINIÓN:

"Lejos quedó la etapa en la que los humanos ya no se diferenciaban por sus actos de buena voluntad y fe" de este modo comienza el primer capítulo de Las semillas que dejamos, una historia que, a pesar de estas ambientada en un mundo postapocalíptico en el que el ser humano intenta sobrevivir, que no vivir, tiene muchos aspectos de nuestra realidad y un mensaje positivo sobre cómo vivir nuestras vidas.

A causa de la Gran Guerra, el mundo tal cual se había conocido hasta aquel momento desapareció. Los humanos que quedaron, los supervivientes, se dividieron en dos grupos: los Altos Mandatarios que poseían las Estaciones y los Distintos que, separados entre Colonos y Nuorg, vivían exiliados de las comodidades de las Estaciones. Pero, cuando la edad máxima de vida quedó estipulada entre los cuarenta-cuarenta y cinco años, los Altos Mandatarios buscaron un modo de revertir esa ratio. Para ello, comenzaron a investigar a las Longevas, mujeres que vivían muchos más años que los demás, con la idea de crear la cura perfecta contra envejecimiento prematuro. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el ser humano para sobrevivir?

Con la premisa de la vida eterna (o muy longeva) como hilo conductor, Lorena Gil nos traza una novela llena de mensajes positivos y critica social, un retrato de la naturaleza humana realista donde la obsesión por la longevidad puede hacer que las personas sean capaces de las atrocidades más grandes por el bien de la ciencia y de la Humanidad. De su supervivencia como especie.

Narrado en tercera persona, el relato de Lorena es uno coral. No podemos decir que en esta novela haya un solo protagonista, sino que todos los personajes que aparecen tienen la misma importancia dentro de la trama. Eso hace que esta historia sea caleidoscópica, con múltiples focos, realidades, pensamientos. Es decir, vemos las distintas caras de la misma moneda y las motivaciones de cada uno de los implicados.

La narrativa de la autora sumerge al lector desde la primera página, haciendo que su lectura sea agradecida y que, a pesar del gran flujo de información para poner al lector en situación, esta no satura y está muy bien proporcionada y equilibrada a lo largo de la novela. Y ser capaz de hacer algo así en cien páginas es increíble. Y os lo digo por experiencia.

Aunque, sin duda, lo más importante es el mensaje que se transmite a través de cada una de sus páginas: el vivir la vida hasta el final y dignamente. Pero no el vivirla de forma egoísta, vivirla cuanto más años mejor aunque sea de forma "artificial". No. La vida es un regalo y hay que vivirla y no sobrevivirla. Lorena hace muchas reflexiones morales e inmorales sobre ella, sobre el legado que los muertos dejan en los vivos, en las semillas que dejamos. Es decir, en nuestros descendientes.

En definitiva, estamos ante una novela ambientada en un futuro distinto al nuestro (aunque solo en parte) como escenario para la reflexión de la esencia de la humanidad y del significado de la vida. Novela de lectura rápida, lectura muy interesante, recomendable y que deja un sabor agridulce ante lo que podría depararnos el futuro.     


NOTA 4/5