Hacía mucho tiempo que no actualizaba mi blog para colgar alguna cosa escrita por mí. Ciertamente también hacía mucho que no escribía un relato. El último fue para una antología y que no fue seleccionado. De ese relato salió una saga, a la cual he nombrado Seducción peligrosa de la cual salió una novela titulada Alfa (inédita) basa en el relato del mismo nombre que podéis leer aquí.
Este relato, que se puede leer sin problemas, está basado en dos personajes que protagonizaran la tercera novela de esta saga de licántropos y vampiros en un mundo alternativo semejante al nuestro y que espero poder continuar y, el primer libro, editarlo de algún modo para compartirlo y darle una salida aunque sea en digital. La autoedición es un mundo que no controlo, pero me siento orgullosa de Alfa y es una novela que me gustaría que viera la luz aunque sea en digital y a un precio módico o gratuito solo para moverla y que la gente me lea. Porque, en verdad, los escritores queremos que nos lean. Y de aquí ha salido Danger, relato corto que en verdad será el preludio de la novela que protagonicen en su momento Rei y Kento, dos licántropos que fueron amigos de la infancia, pero que la vida los ha convertido en enemigos. Espero que os guste.
DANGER
Seducción
peligrosa 2.1
Estaba ahí. No había sombra de duda.
Su olor, aunque tenue, permanecía flotando en
la calle como el aroma de las flores más dulces y frescas de la primavera. Creí
que estaría preparado para soportarlo, no era la primera vez que tenía que
estar rodeado por aquel olor, pero realmente no lo estaba. Nunca lo había
estado, ¿por qué debería ahora ser diferente? ¿Porque era un adulto? ¿Porque me
había vuelto más fuerte y resistente a los olores? Si la reminiscencia del olor
de sus feromonas ya me afectaba a esa distancia, ¿cómo sería al estar más
cerca? ¿Cómo sería dentro del espacio en el cual estaría sentado, con su pose
arrogante, como si todo le diera igual, como si fuera un ser superior a los
demás? Sabiéndose capaz de hacer que yo y todos los alfas del mundo se rindieran
a sus pies.
—Kento.
La voz de Satoru me sacó de mis pensamientos y
me hizo un gesto para que bajara del coche. Era el único que todavía no se
había movido desde que habíamos aparcado los coches frente a la discoteca underground
donde nos íbamos a reunir esa noche. Avergonzado por mi estúpido e
irracional comportamiento, bajé del vehículo y me situé al lado de los demás
lobos. Me recoloqué bien mi chaqueta y esperé a que Satoru nos mirara a todos,
uno por uno. No hacía falta que el líder de nuestra pequeña avanzadilla nos
dijera qué debíamos hacer en cuanto cruzáramos aquella puerta: sabíamos
perfectamente qué debíamos hacer, fuera como fuera la reunión que en nada íbamos
a tener con el lobo alfa desertor, aliado con los vampiros, que se había hecho
con el control de la Familia Linheart.
—Kento —volvió a llamarme Satoru mientras se
acercaba a mí y posaba sus labios cerca de mi oído —. Todavía puedes permanecer en
el coche. ¿Estás seguro?
¿Cuántas veces más me lo iba a preguntar? No
era una cuestión de poder o no poder hacerlo, tarde o temprano debería
enfrentarlo, verlo.
No podía esconderme.
No quería esconderme.
—Sí —asentí sin más.
Satoru no estaba para nada convencido de mis
palabras —se le notaba por la postura de su cuerpo y por la seriedad de su
rostro—, pero se limitó a asentir y a caminar hasta la puerta del antro humano
en el que se había programado aquella reunión.
Dicho de este modo podría parecer que
reunirse en una discoteca humana de mala muerte es para hacer algo ilegal como
vender sustancias prohibidas y peligrosas o planear el asesinato de alguien.
Dicho así esto parece más lo típico de una mala película humana de acción donde
los protagonistas musculosos solo se dedican a apalearse y a pegarse tiros y no
lo que en verdad era: discutir sobre la guerra entre lobos y vampiros que
llevábamos siglos arrastrando y que ahora se había tornado en una lucha de
facciones de todos contra todos. Lobos aliados con vampiros para la paz y la
harmonía entre las especies y vampiros aliados con lobos para terminar lo que
tanto tiempo se había empezado en un mundo donde solo podía existir una especie
de las dos.
¿Y de qué lado estaba la Familia Kirigaya, la
manada de lobos a la que yo pertenecía? Bueno, nosotros no queríamos problemas.
En cuanto Satoru abrió la puerta de la
discoteca la música a todo volumen, que ya podía apreciar desde fuera por mis
facultades auditivas sumamente desarrolladas, me golpeó con fuerza en los tímpanos
y me hizo cerrar los ojos al sentir pinchazos en el cerebro por los decibelios
que tenía que soportar. Aunque eso no fue lo peor ni lo único con lo que tuve
que lidiar en cuanto puse los pies en ese lugar.
Las luces de los focos eran sumamente
brillantes en la oscuridad y dejé que mis pupilas se adaptaran mientras me
centraba en todos los olores que me rodeaban, dejando de lado al que mi cuerpo
más deseaba no ignorar. El olor predominante era al de los humanos sudorosos
que no dejaban de bailar y de beber alcohol tanto en la barra como en la pista
de baile. En la zona de reservados, en cambio, el olor que predominaba era el
de lobos, vampiros y el suyo.
Miré a mis compañeros de reojo y crucé
miradas con Takeo. Los ojos de mi amigo mostraban preocupación por mí así que le
trasmití toda la calma y serenidad que pude, una calma y una serenidad que eran
más bien pocas o, mejor dicho, fingidas.
No podía estar calmo. No podía estar sereno. Estaba
ahí, a escasos pasos de mí. Estaba allí y mis instintos de lobo alfa me decían demasiadas
cosas y ninguna de ellas era una buena opción. Nunca habían sido una opción.
Haciendo acopio de todo mi raciocinio,
centrándome en el olor de los Linheart y los vampiros, apartando el suyo todo lo
que podía de mí, seguí a mi líder hasta la zona VIP. Seis lobos y cuatro vampiros
en total, dos de los cuales eran los líderes Glenn Linheart y Mikhail Morozov. La
primera pareja de lobo y vampiro, algo antinatural, algo insólito en nuestro
mundo. Aunque también es antinatural que un mestizo entre lobo y humano siga
respirando y ante mí tenía la prueba viviente de ello: Glenn Linheart, el mestizo
alfa más poderoso que muchos lobos de pura raza.
Los ojos dorados de Glenn se posaron en todos
nosotros, repasándonos uno a uno, evaluándonos. Del mismo modo, el vampiro a su
lado hacía lo propio aunque, si bien Glenn mantenía una actitud altiva y
chulesca, Mikhail Morozov exudaba una letalidad fría y calma como si fuera un
bloque de hielo.
—Satoru Kirigaya —saludó Linheart con un
asentimiento de cabeza —. Gracias de antemano al líder de tu manada por haber aceptado
esta reunión, aunque él no haya venido directamente a hablar conmigo.
—Nuestro líder es una persona ocupada y difíciles
son los tiempos que estamos viviendo.
—¿Ocupado? Ja, más bien ese viejo es el mismo
cobarde que ha sido siempre.
Toda la manada se puso alerta, tanto la mía
como la de Linheart y yo… Yo no sabía a qué o a quién enseñarle los colmillos.
Había ignorado su olor, su presencia, evitando
mirar hacia el lugar en el que estaba hasta que había tenido que abrir esa boca
preciosa para soltar palabras insidiosas con su voz angelical y sensual, un
timbre que me había provocado escalofríos y mil cosas más que me negaba a analizar
en un momento tan crucial como aquel.
Sentado en una butaca a la derecha del sofá
donde estaban Linheart y el vampiro, con las piernas cruzadas y en posición
desenfrenada, Rei, vestido enteramente con un traje chaqueta negro con
filigranas plateadas y botas de cuero, parecía un ángel caído salido de esas
historias sobrenaturales que tanto gustaban a los humanos en la ficción. Su cabello
corto, liso y gris estaba pulcramente peinado dejando a la vista las perfectas
facciones de su rostro delicado. Sus ojos maquillados de negro, bajo la
iluminación de los focos y la negrura del lugar, parecían obsidianas cuando
eran de un violeta demasiado fascinante para un ser vivo. Sus labios, gruesos,
carnosos, dibujaron una sonrisa sarcástica cuando posó su mirada en mí. Fue en
ese contacto visual que mi autocontrol estuvo a punto de quebrarse en mil
pedazo. La mano de Takeo y los susurros de Shôta y Mami me mantuvieron mínimamente
cuerdo y en mi sitio, haciendo que mi parte de macho alfa que quería reclamar a
Rei como mío volviera a esconderse allí donde la tenía encerrada desde hacía
seis años.
Cerré los ojos unos segundos antes de
devolverle a Rei una mirada de desprecio a la que él respondió con una sonrisa
fascinante y ancha en esos labios que me moría por devorar. Rei Kirigaya, un
antiguo miembro de nuestra Familia que tampoco debería haber nacido jamás y
mucho menos llegado a la edad adulta. Un lobo macho defectuoso que tenía
características propias de las hembras, unos seres sumamente peligroso, capaces
de acabar con su propia especie y que aparecían cada ciertas décadas en las manadas.
Lobos omegas. Rei era uno de ellos y, también, mi pareja ligada por la sangre.
—Deberías cuidar tu lengua, Rei —dijo Satoru
con un gruñido amenazador. Mi instinto quiso arrancarle la garganta por usar
ese tono con él.
—¿O qué? ¿Va a venir mi padre a regañarme? No
lo creo. Igual que no ha venido a reunirse con el líder de los Linheart por
miedo tampoco va a venir a hacerle nada a su hijo. A no, que ya no soy su hijo.
—Rei, basta —lo cortó Glenn con dulzura
genuina, como si estuviera regañando a un cachorro—. Me habías dicho que te
ibas a portar bien.
—Cierto, te lo dije. Al igual que te dije que
me da igual vuestra reunión. Ya sé la respuesta de todos modos. — Dirigiéndome
otra mirada, Rei se levantó y se marchó, pasando por mi lado, rozando sus dedos
ligeramente contra los míos. Una clara invitación a que lo siguiera. El corazón
me martilleaba, mi respiración agitada parecía querer asfixiarme y su olor… Su
olor iba a volverme loco.
—Kento.
La mano de Takeo sobre mi brazo izo darme
cuenta de que me había dado la vuelta para seguir a Rei sin que me diera
cuenta. Mi cuerpo había reaccionado por sí mismo y, aun así…
—Lo siento, Take.
Con gentileza, aparté la mano de mi amigo,
abandoné la reunión, desobedecí mi deber como alfa de apoyo y me marché detrás de
aquel monstruo que me había cambiado la vida para siempre.
El viento de la noche me golpeó el rostro al
salir de la discoteca y agradecí que el aire entrara en mis pulmones y aclarara
mi mente de las feromonas que exudaba el cuerpo de Rei. Estaba en celo. Lo
estaba y el muy cabrón…
Siempre había sido así, actuando sin pensar, dejándose
llevar por sus instintos. Por su culpa yo…
Apreté los puños mientras me adentraba en el
callejón que apestaba a él y lo encontré apoyado en la pared, los brazos en los
bolsillos de su pantalón negro como la noche que nos envolvía. Sus ojos me
escudriñaron de arriba abajo, recorriendo cada parte de mi cuerpo antes de
detenerse en mis globos oculares.
—Parece que la vida te ha tratado bien estos
seis años.
Su voz siempre había tenido la facultad de
hacerme sentir débil, a su merced, capaz de saltar por un acantilado si él me
lo pedía.
—¿A ti no? Yo te veo en plena forma.
Soltó una carcajada sin asomo de diversión y
se apartó de la pared.
—La vida no me ha tratado bien desde que vine
a este mundo de mierda. — Dio un paso hacía mí—. Una vez creí que sí, que había
alguien que la hacía menos mala, pero me equivoqué —otro pasó, cada vez más cerca—
porque ese alguien hizo que mi vida fuera más horrible, más miserable.
Rei se detuvo frente a mí, a escasos
centímetros, su rostro alzado para poder mirarme. De niños éramos prácticamente
de la misma estatura, pero conforme íbamos creciendo él parecía encogerse mientras
yo me hacía más alto y musculoso. Su figura esvelta era tan distinta de la mía,
su cintura tan estrecha… Todo él cabía perfectamente entre mis brazos y aun así…
— ¿Por qué has venido? —me preguntó.
—¿Y tú? —inquirí sin moverme, sin apartarme.
Quieto. Mucho. Era incapaz de moverme. Estaba tan cerca, a centímetros su boca
de la mía. Sus bellos ojos mirándome los labios, su lengua húmeda asomando entre
sus dientes. Siempre había estado a su merced, incapaz de luchar contra todo lo
que me hacía sentir, y siempre me había odiado por ello.
—Porque sabía que vendrías.
Sus labios atraparon mi boca antes de que
pudiera ser consciente y, al igual que seis años atrás, pegué su delicado
cuerpo al mío, acaparando su boca, correspondiendo la lujuria de Rei con mi
hambre por él. Mis manos tomaron los muslos de Rei quien enroscó las piernas en
mis caderas, pegando su pelvis a la mía. Erección contra erección. El olor de
Rei se intensificó, subiéndoseme a la cabeza.
Al igual que hacía seis años, recorrí su boca
con mi lengua, acaricié su cuerpo y le arranqué los pantalones. Quería estar
dentro de él, lo anhelaba, lo necesitaba. Me iba a volver loco si no me hundía
en él. Rei soltó un suspiro mientras dejaba que le lamiera el cuello, le mordiera
allí donde mis dientes dejaron una cicatriz imborrable, una cicatriz que nos
había unido sin siquiera saberlo por ser demasiado jóvenes. Todo por caer ante
este ser del averno y la lujuria.
Rei.
Mi bello Rei.
Mío.
Quemaba. Dentro de él todo ardía y se
aferraba a mí con todo su cuerpo. Tan pequeño, tan flexible y delicado. Tan
fuerte. Porque Rei era poderoso de muchas formas y era igual o más letal que
los mejores lobos de la manada. Pero ahora, contra la pared, sometido a mí, era
blando, maleable, como la más bella de las flores. Su voz, suave, gimiendo en
mi oído, era como una nana que hacía mucho que deseaba volver a oír y que me
llevaba allí donde pertenecía. Él era mi casa. Él era todo. Él era...
No.
¡No y no!
Volviendo en mí, aparté a Rei quien cayó al
suelo de mala manera sin esperarse mi rechazo. Su grito de sorpresa, lastimero
al mirarme desde el suelo, partió algo muy adentro que decidí ignorar al igual
que muchas otras cosas.
No podía sucumbir. No podía caer en el amor
falso que sentía por Rei a causa de lo que era.
—Kento.
Mi nombre en su boca fue un susurro, fue una
súplica temblorosa, una llamada de socorro. Igual que seis años atrás. Igual
que en el momento en que ambos nos condenamos.
—No te atrevas. Otra vez no.
Una lágrima cayó por su mejilla mientras
intentaba incorporarse. Alzó la mano hacia mí para que yo se la tomara. ¿Por
qué? ¿Por qué se repetía todo de nuevo? ¿No ves que lo que sentimos es una
mentira? No es real, es solo una maldición. Eres una maldición que no debería
haber nacido. Eres lo único por lo que siempre quise dar la vida, pero también
eres el único por el que no puedo morir.
—¡Ken!
¿Fue mi corazón lo que se volvía a romper?
Era posible. Pero qué importaba, llevaba roto desde que unimos nuestras vidas y
él mostró una naturaleza desviada, algo que debía erradicarse. Me rompí y dejé
de ser el Ken que Rei quería cuando lo intentaron matar y él huyó mientras a mí
me encerraban y me alejaban de él. Ese día el Ken que fui murió y el nuevo Kento
que era ahora nació.
—No vuelvas a acercarte a mí, Rei. Porque, si
lo haces, te mataré y no me importará que ahora pertenezcas a la Familia
Linheart.
—Eres un hijo de puta —me escupió sin
esconder las lágrimas que caían de sus hermoso ojos, aquellos que siempre me
habían mirado con devoción y ahora solo me dedicaban odio y desprecio —. Puede
que sea yo quien te mate y me dé un festín con tus entrañas, maldito cabrón de
mierda.
Se levantó, todo él temblando, y se marchó sin
dedicarme ni una mirada ni más insultos. Permanecí unos minutos en el callejón
con la mente en blanco antes de dirigirme de nuevo a la discoteca.
¿Cuántas normas de la manada había roto esa
noche? No me importaba el castigo, me lo merecía. Me merecía cada latigazo que
me darían, cada zarpazo, cada día encerrado sin comida o agua. Todo era
bienvenido. Porque no solo había querido mandarlo todo al diablo e irme con Rei,
hacerlo nuevamente mío y para siempre, sino que había vuelto a destrozar a la
única persona que me había importado de verdad desde el día que nací.
Aunque fuera todo falso, aunque mi amor por
Rei fuera por su condición de omega, era la única cosa que atesoraría hasta que
mi corazón dejara de latir.