lunes, 30 de julio de 2018

Reseña: Los Suzuki en París



"¿Pero qué tipo de ciudad es esta? Hay porno por todos lados. Tokio era mucho mejor."

Ficha técnica
- Título original: It's Your World
- Autora: Junko Kawakami
- Editorial: Letrablanka
- Edición especial española recopilación de los dos tomos en uno sólo 
- Traducción: Fidel De Tovar
- Precio: 10€
- Ya a la venta


Sinopsis:

La familia de Hiroya se ve obligada a mudarse a París cuando la empresa donde trabaja su padre le traslada a su filial francesa.

Vivir en el extranjero es toda una aventura. Pero aprender un nuevo idioma y un nuevo modo de entender el mundo no es tan fácil cuando tienes trece años. ¿Conseguirá Hiroya llevar una vida normal a más de 9.000 kilómetros de su Tokio natal?


Los Suzuki en París es la primera obra para Francia de la japonesa Junko Kawakami, que suele trabajar para editoriales japonesas desde su casa de París. Una serie francesa de dos tomos, recopilados en uno solo para la edición española. Una edición única que cuenta además con las ilustraciones realizadas originariamente para la sobrecubierta de la edición japonesa.

Opinión:

Desde niña que siempre me ha fascinado las diferencia existentes entre distintas culturas, así como ver los distintos choques entre varias, la mezcla de éstas o el hecho de tener que acostumbrarte a una nueva que no tiene que ver a la cultura que has mamado desde la cuna. Por ello me tiré de cabeza a por este manga, Los Suzuki en París, sin dudarlo.

Los Suzuki en París nos cuenta la aventura de la familia Suzuki en dicha capital Francesa a través, sobre todo, de los ojos de pequeño de los Suzuki, Hiroya Suzuki que, a causa del traslado de su padre a París, la familia debe mudarse a un país completamente desconocido, con una lengua desconocida, gastronomía opuesta y una cultura completamente diferente a la japonesa. Hiroya, junto a sus padres y a su hermana Lumi, deberá aprender francés y a aclimatarse a la "ciudad de la luz" y toda la multiculturalidad de la sociedad parisina. 

Con buenas dosis de humor, Kawakami nos explica una historia divertida y fresca de una familia normal japonesa en París, el típico choque cultural de occidente y oriente con un dibujo muy personal, con pocos fondos, pero cuando salen paisajes o edificios de París son aquellos más emblemáticos y con mucho detalle y realismo, donde la autora demuestra que vive en esa misma ciudad actualmente y que, a causa de eso, sabe de lo que habla cuando nos presenta las diversas vicisitudes que deben sortear los Suzuki para vivir su día a día.

Además de la dificultad del idioma, la más importante, deben acostumbrarse a utilizar una moneda distinta (el euro), aceptar las dificultades para encontrar (si se puede) productos japoneses que antes estaban al alcance de su mano y convivir con vecinos que no comprenden algunos de sus comportamientos y viceversa, pero que no les queda otra que entenderse. Y oye, al final hacer buenas migas y todo.

Eso mismo es lo que le ocurre a Hiroya en el instituto. No sólo debe esforzarse para comprender las clases, sino que siente que nadie le comprende y, para más inri, sus compañeros no saben ni pronunciar bien su nombre, llamándolo "Iroya" si pronunciar la hache aspirada (como una jota). Pero una chica de su clase, Fátima (mi personaje favorito), lo ayudará con el idioma y, poco a poco, se harán amigos. Al igual que, finalmente, Hiroya irá siendo uno más de entre sus compañeros de clase. 

Kawakami crea en este manga una buena imagen de la realidad dentro de la comicidad de situaciones absurdas que, tal vez, no lo sean tanto y que no dejan de demostrar las dificultades de las personas cuando salen de su zona de confort para vivir en un lugar desconocido. Porque uno no se percata de las diferencias que hay de un país a otro hasta que lo sufre en sus propias carnes. Y, aún así, tampoco es tan diferente. Puede que la comida, la lengua, el modo de expresarse y de actuar varíen, pero el comportamiento humano, los anhelos y deseos son los mismos. Lo que nos mueve es igual en todos lados y todas las culturas tienen, en mayor o menor grado, semejanzas a causa de estar creadas y a la vez mezcladas por el propio ser humano. 

Tal vez la única pega, para mí, de este manga es que es muy general. A lo que me refiero es que todo el conjunto  en sí, toda la historia, es muy general y la autora no llega a profundizar más en algunos temas interesantes que plantea; quedándose en la superficie sin aprovechar la chicha. Claro que esto puede ser debido a causa de la longitud de la obra (dos tomos de unas 150 páginas ya que este tomo es la recopilación de los dos originales y tiene 300 páginas), o tal vez sea a causa de que la intención de Junko fuera crear una obra fresca y divertida sin ir más allá porque, realmente, tampoco hace falta.

La edición de Letrablanka es muy buena: tomo  de tapa blanda con sobrecubierta, papel blanco, sin excesos de colas y otros pormenores (sorry Ivrea), aunque no cuenta con ninguna página a color y puede que a muchos les chirrie el precio a pesar de ser más que justo por las páginas que contiene. La traducción me ha parecido más que buena por parte de Fidel De Tovar cosa que contribuye a que te rías más mientras lo leer.

En resumen, Los Suzuki en París es un manga divertido, ameno y refrescante que nos muestra la multiculturalidad de una ciudad, choques culturales y que, en el fondo, todas las personas del mundo podemos entendernos y abrazar parte de otras culturas sin perder la nuestra. Porque, si algo hay que tener claro, es que lo que nos hace iguales son nuestras diferencias.  

 Nota: 4/5








viernes, 20 de julio de 2018

Catando Beastars


"En este mundo, los vencedores son los que pueden vivir dando rienda suelta a sus instintos."

Ficha técnica
-Título original: Beastars
- Autora: Paru Itagaki
- Editorial: Milky Way Ediciones
- Serie abierta en Japón
- Animales antropomorfos, shonen
- Traducción: Mar Bernabé (Daruma Serveis Lingüístics, SL)
- Precio: 8€
- Periodicidad: bimestral

- La compra por la web de Milky Way inlcuye marcapáginas y poster hasta fin de existencias.

Sinopsis:

El horrible asesinato de Tem la alpaca conmociona a los habitantes de la Escuela Cherryton, un lugar hasta entonces repleto de esperanza, amor y un cierto desasosiego. Legoshi, un lobo miembro del club de teatro, esconde tras su aspecto amenazador un carácter terriblemente... sensible.

¡¡Empieza una obra coral protagonizada por Legoshi y otros animales en la flor de su juventud!! ¡¡Bienvenidos al mundo animal!!

Opinión:

Desde niña que me han gustado las historias donde los animales, antropormizados, y viviendo en una sociedad reflejo de la nuestra, viven su día a día como cualquier humano más en una sociedad animal ficticia. Estudian, trabajan, sienten, padecen... Es una manera como cualquier otra de hacer una alegoría de la humanidad y de los típicos anhelos y problemas de siempre, pero con animales como metáfora humana. Porque Beastars, aunque es un manga donde todos los personajes son animales, no dejan de mostrar esas pasiones humanas que siempre nos han acompañado y que jamás nos abandonarán.

La historia de Beastars comienza con el terrible asesinato de Tem, la alpaca y alumno de la Escuela Cherryton. Ese terrible asesinato conmociona a todos los estudiantes que, divididos entre herbívoros y los carnívoros, conviven y estudian juntos. Es por eso que las cosas están que arden en el club de teatro entre carnívoros y herbívoros puesto que Tem pertenecía a dicho club y se sospecha que el culpable de su muerte ha sido un carnívoro. Legoshi, el lobo gris, es un tanto raro y sus compañeros herbívoros le tienen miedo. ¿Será él el asesino? ¿Qué esconde Legoshi? Lo que nadie parece saber, salvo sus amigos más cercanos, es que es un lobo muy sensible e incapaz de herir a nadie, ¿o tal vez sí?

Este shonen que hace poco ganó el premio Manga Taisho 2018 empieza, como habéis podido comprobar, con el terrible asesinato de una pobre alpaca, haciendo que el conflicto y la sospecha entre los dos tipos de animales de la Escuela, herbívoros y carnívoros, empiece. En este ambiente de tensión se encuentra Legoshi, nuestro protagonista, un lobo gris que, a causa de su aspecto de depredador, provoca miedo en alguno de sus compañeros a pesar de ser un lobo sosegado, tranquilo y muy sensible que disfruta contemplando insectos. Aunque nunca le ha hecho daño a nadie y no es un lobo agresivo, todo lo contrario, muchos lo consideran raro por ser - y nunca mejor dicho - bastante lobo solitario, serio y callado. Las especulaciones y los rumores injustificados están servidos y es que, como dice Legoshi: "Nada cambiará. Siempre he vivido sintiendo el miedo y el desdén de los demás".

En este primer tomo, donde se nos introduce la historia a partir de la muerte de Tem y lo que eso provoca en los estudiantes y en el club de teatro, la autora plantea y muestra algunas cuestiones interesantes. Una es la difícil convivencia en un lugar donde hay tantos animales de distintos tamaños y naturalezas, una sociedad que no come carne "animal" y que las proteínas las obtienen de otras fuentes. Otra son los típicos problemas que cualquier adolescente podría sufrir hoy en día como, por ejemplo, el acoso, un tema que en Japón es muy habitual tanto como en otros países (el nuestro entre ellos).

Pero, sin duda, esta historia pretende mostrarnos las pasiones humanas a través de la alegoría de un mundo animal y de dichos animales como metáforas del ser humano (que no dejamos de ser animales también, ojo. Hecho fundamental que la gente suele olvidar). Y esas pasiones la vemos a lo largo de los 7 capítulos que componen este primer tomo. Encontramos los celos, la ira, el miedo, el pánico, el orgullo, la simpatía, la amistad, el deseo... Uno que no tiene por qué ser bueno, un deseo oscuro que te aflige y que te atormenta.

Así como el hecho de querer mantener a raya tu instinto más salvaje y primario, aquello que en realidad eres. Ese es el caso de Legoshi que, aunque su naturaleza es tranquila y no tiene maldad alguna (ojo, los animales son amorales, en realidad no tienen maldad a diferencia del ser humano), hay algo en su interior, algo oscuro, que lleva diecisiete años deseando salir de su interior.

El dibujo de Itagaki es muy bueno. Es cierto que hay escenas en las que los animales aparecen algo deformados, pero la mangaka dibuja con gran expresividad el rostro de cada personaje y demuestra mucha habilidad a la hora de plasmar la melancolía de Legoshi o el miedo y terror de otros personajes. Aunque hace uso de tramas, algunos sombreados son a tinta y eso a mí, particularmente, me gusta mucho.

Sobre la edición de Milky Way Ediciones. Cinco estrellas. Además, a causa del premio que recibió la obra, la editorial japonesa envió unos marcapáginas exclusivos a la editorial de PVC que regalaron en el pasado mes de junio (cuando salió a la venta) durante el manga de medianoche. Yo fui una de las afortunadas. También venía con el característico marca páginas habitual que hace la editorial para regalar y un póster.       

Marc Bernabé, uno de los mejores traductores del país y veterano en este mundillo, es el encargado de la traducción y siempre es un lujo leer los mangas que él traduce por su carrera tan profesional que porta en sus espaldas. Nada que alegar, señoría. Traducción de 10.

Manga muy recomendable, una nueva joya dentro del catálogo de Milky Way, una historia oscura que plantea cuestiones morales dentro de un mundo animal que no deja de ser un reflejo, un recurso, para plasmar la crueldad de nuestra sociedad humana.

Imagen del póster de Milky Way Ediciones


Barómetro de recomendación 5/5



  

jueves, 19 de julio de 2018

Entrevista a las autoras de la antología de mujeres Wave Books, Toxic Femme


Saludos a todos, bibliotecarios y bibliotecarias:
Hoy me complace traeros una entrada diferente a lo habitual, algo que hacía bastante tiempo que no había por estos lares y es una entrevista a las autoras de la antología Wave Books Toxic Femme. Estas increíbles autoras son: Laura Morales (Cordinadora de la antología), D.W. Nichols, Monty Brox, Miriam Alonso, Laura López Alfranca, Nari Springfield, Bry Aizoo, Maialen Alonso y Melanie Alexander.
Y, sin más dilación, os dejo con la entrevista.

Para saber más delas autoras os dejo el link  de la sección de autores y autoras de la web de Wave Books Editorial donde encontrareis sus perfiles para seguirlas por las redes sociales.

[Aclaración: Las partes en negrita hacen referente a una servidora mientras que las partes sin negrita son las respuestas de las autoras de la antología Toxic Femme correspondiente.]





Hola chicas tóxicas, bienvenidas a mi humilde pero apasionante espacio “Una Biblioteca entre Mundos”. Es para mí teneros a todas por aquí para que habléis de vuestra maravillosa antología, uno de los libros más geniales que he leído este 2018. Empecemos por Laura Morales, la coordinadora de este proyecto Toxic.

Hola Laura. Gracias por darme un poco de tu tiempo.
¡Hola! ¡Gracias a ti por incluirnos en tu espacio!

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Por qué Toxic? ¿Por qué Femme? ¿Cómo surgió la idea de crear una antología de mujeres escrita por mujeres?
Todo comenzó porque varias de las escritoras que estamos en la antología, estuvimos juntas en otro proyecto parecido. El tiempo iba pasando y pasando y no teníamos noticias, así que, con dolor de corazón, decidimos salir del proyecto. Estaba (y estoy) tan enamorada de mi relato que quería darle vida, quería que el mundo lo leyera y bueno, tras hablarlo con Miriam Alonso, mi gran amiga, co-escritora y mi segundo brik de gazpacho, decidimos tirar a probar. Así que contacté con Wave y desde el principio les gustó mucho la idea. Nos pusimos a buscar escritoras y ellos también nos recomendaron algunas. Y bueno, ahí está el resultado. Creo que mola mucho.

2. Cuéntanos un poco cómo ha sido tu trabajo como coordinadora. ¿Cuál es el trabajo de una/un coordinador?
Mi trabajo como coordinadora ha sido, en primer lugar, elegir a esas mujeres que, según mi punto de vista, iban a encajar a las mil maravillas.
Tras eso, ha sido sacar el látigo. Pero sacarlo de verdad, poniendo plazos para las entregas de los relatos, luego los he leído, aconsejado cambios, recopilado y enviados a la editorial.
Cuando ellos me mandaban las correcciones, me encargaba de pasárselos a sus autoras y volver a recuperarlos corregidos.
Eso de sacar el látigo mola. Mucho. A veces cansa, pero normalmente merece la pena.

3. Además de ser la coordinadora de Toxic Femme también has participado con un relato titulado “El Cliente”, uno de los relatos que, para mí, es de los más heavys. ¿Cómo te sentiste al escribirlo? ¿Qué nos querías mostrar con el papel que desarrolla la mujer del relato?
Pues como te decía al principio, en el otro proyecto buscaban relatos donde las protagonistas fueran mujeres. A mí siempre me han gustado las novelas paranormales y sin pensarlo, me puse manos a la obra. El papel de mi mujer es simple: cuando queremos, tenemos el control absoluto y que, bueno, que nosotras también podemos sacar nuestras «garras».
Espero que con eso de «heavy» signifique que te ha gustado, je,je,je.

Desde luego que me gustó, es uno de mis relatos favoritos que compite con algún otro en mi top de esta antología, y eso que todos son únicos y maravillosos. Eso sí, confieso que llegó un momento en el que sentí pena por el tío del relato, pero no duró mucho (risas).

Muchas gracias por todo, Laura.
¡Gracias a ti! ¡Un beso!


Seguimos ahora con D.W. Nichols. 
Hola, Nichols, muchas gracias por pasarte por mi pequeño blog.
Hola, buenas. De nada, a ti por ofrecerme estar aquí.

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Cómo y cuándo te propusieron participar en Toxic Femme?
Fue hace ya un año. Laura Morales se puso en contacto conmigo y me propuso participar en la antología. Ella ya sabía que, aunque soy escritora de romántica, también tengo relatos extraños llenos de muerte y sangre, cuyas protagonistas siempre son mujeres, y pensó que me gustaría colaborar en Toxic Femme. Y acertó, por supuesto ja ja ja ja.

2. Tu relato “Nena”, el que abre la antología, nos habla de la venganza de una mujer contra un machista, y es el más duro de todos por el tema tan tristemente actual del que trata. Cuéntanos un poco cómo surgió el escribir este relato y qué supuso para ti hacerlo.
Soy feminista, y una de las cosas que peor llevo es ver con qué falta de empatía trata la sociedad en general (y los hombres en particular) temas como los malos tratos, los feminicidios o las violaciones. Que siempre, incluso la justicia, que debería ser imparcial, lo ve todo desde un sesgo machista, enfocando la culpa en la víctima en lugar de en los agresores. Cuando la prensa habla de  mujeres muertas en lugar de asesinadas; cuando se dan los nombres de ellas, pero no los de ellos; cuando publican fotos de las víctimas, pero no de los asesinos; cuando se juzga a la víctima bajo una lupa, analizando cómo viste, los lugares que frecuenta, si es promiscua o no, esperando encontrar algo que justifique la violencia vertida en ella «porque se lo buscó»; todo eso me revuelve las tripas y me enfurece. Por una vez, quería convertir a la víctima en verdugo y al asesino en víctima, ponerlo a él en el lugar de ella, sufriendo el dolor y padeciendo el terror que muchas mujeres sufren cada día de su vida. Porque, si la sociedad machista justifica la violación, los malos tratos y los feminicidio por algo que hizo o dijo la víctima, ¿cómo no justificar las acciones de mi protagonista?
Y fue una catarsis; pude soltar toda la rabia acumulada por culpa de cada noticia de un feminicidio, de cada violador libre, de cada maltratador absuelto porque la víctima tiene miedo a seguir adelante con la denuncia. En mi imaginación, cada uno de ellos está presente en mi relato atado a esa silla, y cada víctima es vengada, aunque sea de manera alegórica.

Puedo decirte que fue el relato que más me gustó por el simpe hecho de mostrar exactamente lo que acabas de decir, porque es un relato muy necesario, un grito de aversión y completo rechazo ante los asesinatos y violencias machistas. 

Muchas gracias por tu tiempo,  D.W. Nichols.
Muchas gracias a ti.


Seguimos con Monty Brox. 
Hola, muy buenas, Monty. Me alegro tenerte de nuevo en el blog.
¡Hola! Encantada como siempre de que cuentes conmigo. Gracias.

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Cómo y cuándo te propusieron participar en Toxic Femme?
El cuándo no lo recuerdo exacto. El cómo sí, y fue por partida doble. Por un lado y primero me escribió Laura Morales para proponérmelo. Llevaba tiempo sin escribir nada desde cero y encima las acotaciones quedaban muy lejos de mi zona de confort. Así que la pedí algo de tiempo para pensármelo. Me lo concedió sin problemas. Estando en ese periodo de meditación, me escribió Karol Scandiu (una de las editoras de Wave) para advertirme de que me iban a ofrecer algo y que no podía decir que no. No era una amenaza como editora, más bien presión de amiga, que la jodia sabe que tiene más efecto conmigo. Ella ni siquiera sabía que ya estaba al habla con Laura, pero eso y volver a ponerme en marcha, aunque fuera “forzada” fue lo que me hizo dar el sí.

Y yo que me alegro como fan tuya que soy (risas).

2. Aunque ya hablaste de ello en el evento WaveCon 2018 y a mí en particular, me gustaría volver a preguntarte sobre tu relato, que a pesar de lo que digan, para mí no fue light para nada. ¿Por qué “Mami Mala”? ¿Una especie de catársis, tal vez?
Pues en un principio fue un poco por “pereza imaginativa” no sabía que contar, no tenía ni idea de cómo captar mi propio interés para escribir con las directrices que debía seguir. Así que opte por escribir experiencias reales y no inventar mucho. Todo lo que vive la protagonista con su hijo me ha pasado a mí en cierta media, me arriesgaría a decir que a casi todos los padres. Es ley de vida. Pero cuando te pilla de nuevas… Y sí fue muy catártico, me desahogué a través de mi personaje e incluso tuve mi venganza literaria. El final del relato también me sucedió en la vida real. Teniéndome con pesadillas por semanas, en las que el final más dramático acontecía una y otra vez ante mis ojos sin poder hacer nada.  En aquel momento quise matar a alguien, es obvio que no lo hice, así que aproveché el relato para desquitarme.

Es que vaya tela hoy en día a causa de la educación tan individualista y también algo de pasotismo de algunos padres para con sus hijos en la mayoría de los casos, desgraciadamente hablando.

Muchas gracias por tu tiempo, Monty
Muchas gracias a ti por contar conmigo. Es un placer.


Continuamos con Miriam Alonso. 
Hola, encantada de tenerte aquí, Miriam. 
Hola, un placer pasarme por tu blog.

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Cómo y cuándo te propusieron participar en Toxic Femme?
Hace bastante tiempo, en realidad, soy de las veteranas.
Laura me comentó el asunto y pensé que era una idea genial. No hay libros como Toxic Femme en el mercado y debería haberlos, bastantes además.

Totalmente de acuerdo.

2. “Le club Rouge” es tu relato, uno que me sorprendió mucho porque empieza con un grupo que se cuentan experiencias y, en un principio, desconcierta un poco al lector hasta que llega un punto en el que todo cobra sentido. ¿Cómo se te ocurrió la idea? ¿Qué tipo de mujer querías mostrar?
Se me ocurrió hace unos cuantos años. Conocí personas peculiares en esa época, vamos a llamarlo así. La idea nació entonces. 
Respecto a la mujer, decir que quería acercar al lector una fémina que existe, que es real, que está próxima y de la que no adivinaría sus preferencias con facilidad. Igual que no todo el mundo puede experimentar el placer que sienten los miembros de Le club Rouge, tampoco los hay preparados para descubrir ciertas cosas de sus vecinos y vecinas. Mejor acercarles a la realidad así. Mejor que se hagan a la idea a través de un libro que si, de casualidad, toparan de frente con una en el lugar más inesperado.

Ciertamente, me gustó mucho el personaje femenino de tu relato porque nada es lo que parece y, como bien dices, las mujeres no somos el cliché que ellos imaginan. 

Muchas gracias por tu tiempo, Miriam.
¡A ti!

Continuamos con Laura López Alfranca.
Hola, Laura, gracias por concederme esta pequeña entrevista.
¡MUHAHAHAHAHA, HAS CAÍDO EN MIS RED…! Digoooooo, muchas gracias a ti por concederme esta entrevista, estoy muy agradecida (sí, eso, agradecida, que no se noten los otros planes :3).

No se nota, tranquila. (Risas).

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Cómo y cuándo te propusieron participar en Toxic Femme?
Como muchas otras cosas geniales en mi vida, Laura Morales llegó y me dijo un: “A que no hay ovarios de hacer una historia de…”. Claro, siempre que Laura me dice algo así, acabo picando y entrando en el juego (y bien que me lo paso haciéndolo).

2. Tu relato es “El laberinto de las mariposas” es el que más toques de fantasía contiene, ya que aparecen seres infernales y hay la referencia de un mundo o una realidad paralela, el Infierno, además del mundo real que está viviendo un conflicto bélico. ¿Cómo te surgió la idea de crear este relato dónde el juego de unos puede ser un infierno para otros?
El personaje de la ascalapha surgió en principio para otra idea mucho más realista y sobria, pero algo me decía que necesitaba más locura, más desahogo y dejarme llevar (Además, llevaba mucho tiempo sin escribir nada con un terror más fantástico). Así que fui rebotando poco a poco en ideas hasta que las cosas empezaron a encaja y el resto vino solo. Con respecto a la idea del “infierno son los demás”, he trabajado mucho tiempo en atención al cliente, es una idea que se te mete mucho cuando llevar tanto como yo y has visto de todo.

Entiendo lo que dices. Mi hermana trabaja de cara al público y la pobre tiene que aguantar lo indecible… y sin perder la sonrisa o los buenos modales aunque ellos los pierda. Yo todavía no entiendo lo poco que pagan a las personas que tienen que aguantar las tonterías y los problemas de otros… Pero en fin…

Muchas gracias por tu tiempo, Laura.
¡Muchas gracias a ti! Espero que hayáis disfrutado tanto como yo con esta entrevista. ¿Queréis una manzana-no-envenenada-palabra?

Creo que si fuera un albaricoque aceptaría estuviera envenenado o no (risas).


Seguimos con Nari Springfield.
Hola, Nari, qué ilusión tenerte por aquí.
¡Muchas gracias! Es un placer poder estar contigo en el blog y hablar de algo que ambas amamos: los libros.

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Cómo y cuándo te propusieron participar en Toxic Femme?
Pues fue el verano pasado. Laura Morales, la coordinadora, me propuso participar en una antología donde las chicas fueran las protagonistas, las malas y las que salían victoriosas. Y con esas características no pude negarme, ¡me pareció una idea muy divertida! Y no me equivoque, porque meterme en la mente de alguien como Susana ha sido apasionante.

2. La protagonista de “El arte de lo macabro” tiene una gran psicología detrás y sería muy simplista y erróneo decir que es, únicamente, una perturbada. ¿Cuesta crear a un personaje “loco”, pero con una razón detrás y no con una “enfermedad mental”? Háblanos de tu experiencia con su proceso de escritura. 
Con Susana quise hacer justo eso: una protagonista que, a pesar de todas las barbaridades que hace, no lo hiciera porque estuviera «loca», sino porque ella es así, porque algo desencadenó su parte más macabra. A mí me encanta la psicología y buscarle una razón a cada comportamiento, y además soy muy aficionada a ver reportajes sobre asesinos en serie, sucesos extraños, casos paranormales, etcétera. Así que cuando empecé a plantearme el relato, uní varias cosas que me resultan interesantes y poco explotadas aún en la literatura: el negocio de vídeos snuff que hay en la Deep web, y una psicópata de manual cuyos sentimientos por las personas y, en general, por algo más que ella misma, estuvieran anulados. De ahí, y de mi amor por la película «Tesis», que me dio la idea de que Susana expresara su arte mediante vídeos.
Y creo que más que costarme crearla, lo que me costó fue meterme en su piel y pensar como ella, apartar los sentimientos para dejar tan solo ese deseo primario de disfrutar de algo: en este caso, de matar personas. Pero ha sido una experiencia muy entretenida, muy nueva para mí, y que me ha abierto un mundo nuevo de posibilidades de cara a próximos trabajos.

No te voy a engañar, me maravilló lo bien creada que estaba Susana psicológicamente hablando. Yo soy de esas personas que también les gusta la psicología y el buscar el porqué de las cosas, ir más allá; y tú lo conseguiste sin duda. Me enamoraste con este relato tan macabro.

Muchas gracias por todo, Nari.
A ti por darme la oportunidad de contar un poquito más sobre «El arte de lo macabro», ¡y por haberle dado una oportunidad a esta magnífica antología!


Continuamos con Bry Aizoo
Hola, Bry, muchísimas gracias por pasarte por mi blog.
Ante todo muchas gracias a ti, por la entrevista.

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Cómo y cuándo te propusieron participar en Toxic Femme?
Conocí a Laura Morales hace años cuando ambas participamos en el proyecto “Ilusionaria 2” y desde entonces somos amigas a través de las redes sociales y hemos intercambio diferentes relatos y textos para leer. Cuando me propuso participar en este proyecto dije que sí casi enseguida aunque la verdad es que estaba pasando por un momento un poco difícil y llegué a pensar que no podría cumplir. ¡Me alegro de que al final todo saliera bien! Es un lujo estar en una antología así, tan bien acompañada.

2. Has participado en la antología con tu relato “El secreto de Greenville” donde tenemos a dos chicas que quieren resolver el misterio de una serie de desapariciones que no acaba demasiado bien. ¿Cómo fue crear este relato donde se mezcla la mitología popular y la realidad, y qué tipo de mujer querías mostrar?
Pues estuve dándole bastantes vueltas al relato, la verdad. Cuando Laura me explicó la temática de la antología, lo primero que me vino a la cabeza a la hora de ponerme a escribir fue una especie de venganza o algo así, pero quería algo más. Buscaba una villana diferente, una que no fuera mala, una que estuviera por encima del bien y del mal. Simplificando un poco, es como una madre, protege lo suyo y no importa lo que tenga que hacer para conseguirlo. También quise darle un aire fresco, casi de humor y, poco a poco, la historia se escribió sola.
Para crear este relato me inspiré en varias cosas, desde leyendas celtas, a la novela American Gods de Neil Gaiman o la serie de televisión Sobrenatural. No creo que sea un cuento demasiado original, pero la forma de contarlo, la perspectiva… lo hace muy diferente. Es difícil explicar más sin entrar en spoilers, solo espero que lean y disfruten.

Exacto, que lo lean porque ese toque mágico que le has dado casa a la perfección con el mundo real del relato. Felicidades.

Muchas gracias por tu tiempo, Bry.


Seguimos con Maialen Alonso
Hola, muy buenas, Maialen, gracias mil por pasarte por mi blog.
¡Hola!

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Cómo y cuándo te propusieron participar en Toxic Femme?
Fue Laura Morales, tengo que admitir que me hice la dura y ella me ablandó, me veía un poco sobrepasada al ser un género que no he tocado nunca, pero salió todo bien.

2. “Bañada en sangre” es otro de los relatos más fuertes y gores de la antología y el cual disfruté una cosa mala. En él nos cuentas un macabro juego en el que una mujer busca vengar la muerte de su amiga. Tratas el bullyng, lo que parece ser una “chiquillada” entre adolescentes, pero que no lo es en absoluto. ¿Qué querías transmitir con tu relato?
¡Muchas gracias! Como ya he comentado, era mi primera vez en el género, y no tenía mucha confianza en que gustase.
El mensaje es claro, nuestras acciones tienen consecuencias, en este caso es ficción y el pago es la sangre y la tortura, pero la gente que hace bullyng debe saber el oscuro pasillo por el que pueden llevar a alguien. No es un tema de chiste, no es una broma y no es ficción, es algo real que pasa cada día, algo que sigue doliendo aunque pasen veinte años. Y por desgracia hay casos en los que alguien llega a extremos muy gores.
Los humanos actuamos sin pensar en el después, después siempre hay algo, una continuación. No vas a encontrar un agujero negro que se traga todo dejando simplemente, la nada.

Cuanta razón. Parece mentira que se sigan cometiendo estas injusticias, en este caso el acoso escolar, hoy en día y que los agresores piensen que es divertido o que no habrá consecuencias. Porque, tristemente, las hay y de muchas formas distintas.

Muchas gracias por tu tiempo, Maialen 
¡A ti, por este momento!


Y finalizamos con Melanie Alexander
Hola, Melanie. Encantada de tenerte en mi blog.
Hola, gracias a ti.

Empecemos con la entrevista.
1. ¿Cómo y cuándo te propusieron participar en Toxic Femme?
Un día, Laura Morales contactó conmigo y en cuanto me dijo, mujer fuerte, femme fatal y que podía recrearme en ser mala malísima dije, ¡Sí por favor!

2. Tu relato “Sangre y vida” es el que cierra esta maravillosa antología y está inspirado en un personaje histórico real: la condesa Sangrienta Érzebeth Barthory. ¿Por qué? Cuéntanos un poco como fue el proceso de creación. 
Soy amante de la historia de los vampiros, y a Érzebeth siempre se la ha relacionado con ellos. Su historia me fascina desde hace años y quería introducirla de alguna manera, revivir la leyenda de la mujer que desangraba a mujeres y niños para bañarse en su sangre porque creía que así permanecería joven para siempre.
El proceso fue realmente sencillo. Sabía lo que quería hacer. Una mujer solitaria, una víctima a la que torturar y de ahí salió “Sangre y Vida”. Un relato un tanto macabro, con una mujer como protagonista con una historia que ha perdurado a lo largo de los siglos. La condesa Sangrienta da para mucho, incluso para novelas inspiradas en ella y sus “supuestas” atrocidades. Así que me dije, tengo que ponerla como mi protagonista, como mi Mujer Tóxica.

Confieso aquí y ahora que yo quedé fascinada hace años por Érzebeth en cuanto leí su historia, y, verdaderamente, da para muchísimo tanto como para novelas de ficción o para estudiarla como mujer histórica y hacer una biografía historiográfica.

Muchas gracias por tu tiempo, Melanie.
A ti por esta entrevista.

Gracias a todas por concederme esta entrevista. De verdad que me ha hecho mucha ilusión poder hacérosla. 

Y hasta aquí la entrevista a las integrantes de la antología Toxic Femme. Si os ha picado el gusanillo, os dejo el link con la reseña que hice de la antología. 



miércoles, 18 de julio de 2018

Relato: Dirty Desire

Hola a todos, bibliotecarias y bibliotecarios:
Hoy os traigo un nuevo relato ya que, como era de esperar, no he conseguido que sea seleccionado en el certamen de "Empotradoras" y, para dejarlo en el PC muerto del asco, lo comparto con todos y todas vosotres ya que me lo pasé genial escribiéndolo y estoy orgullosa de cómo me quedó.

PD: podéis comentar lo que querías sobre el relato, seguirme en el blog, en redes, etc. Lo que queráis.

Y, ahora, sí, os dejo con el relato:




Dirty Desire


No sé bien cuando comenzó.
Tampoco cuál fue el detonante de que se diera esa situación que no dejaba de repetirse una y otra vez cuando la noche abrazaba toda la ciudad con su manto oscuro y perlado de estrellas.
Al principio todo era tan confuso que no le daba importancia a la extraña sombra que me parecía ver antes de irme a dormir, creyendo en mi ingenuidad que era producto del cansancio o un simple juego de sombras. Luego, con el paso de los días, un extraño malestar, como un mal sueño, me despertaba con el cuerpo sudoroso y con el desconcertante recuerdo de una figura tan borrosa que no era incapaz de identificar nada.
Si la cosa hubiera terminado ahí, claramente todo habría sido unas simples ensoñaciones, unas jugarretas que mi cerebro me habían jugado mientras continuaba su actividad en el mundo de los Sueños.
Pero nada terminó, sino que este extraño episodio fue a más.
Los sueños donde se me aparecía aquella figura fueron poco a poco aclarándose a medida que los días transcurrían. Días en los que, en cuanto despertaba, no dejaba de darle vueltas intentando ir más allá. Porque, mientras soñaba, yo sabía que esa figura (fuera lo que fuese) era completamente visible y que yo sabía qué o quién era. Mas, al despertar, cuando el raciocinio y la realidad se abrían paso dentro de mi mente, los recuerdos de los sucesos acontecidos durante el sueño se desvanecían; se me escurrían de entre los dedos como si éstos fueran un Diente de León con las flores blancas y alguien soplara sobre este para hacer que no quedara más de él que el tallo; desapareciendo los pétalos en el horizonte hasta desvanecerse para siempre.
Ante esta situación, mi madre se sintió tremendamente preocupada por mi extraño comportamiento, pues decía que estaba cada día más distraída y ausente.
—Siempre has sido una niña muy pensativa, pero últimamente lo estás más — me dijo sin ocultar el grado de preocupación y malestar que sentía por mi causa.
Yo no supe qué decirle. Era cierto que, desde bien niña, siempre me había sentido fuera de lugar, como si aquello que se suponía debía hacer un niño no fuera un asunto que me concerniera. Tal era así que, en vez de jugar con muñecas de trapo, ir a la iglesia a rezar todos los días, o reunirme con las demás niñas para aprender labores de costura, me dedicaba a leer todos los libros que mi padre tenía en su biblioteca. Fue entonces cuando mis padres se dieron cuenta de algo que los dejó anonadados. ¿Cómo era capaz de leerlos si nadie me había enseñado a leer? Pues no olvidemos que las mujeres no necesitaban saber leer ni tampoco recibir la educación del trivium (Gramática, Retórica y Dialéctica) ni del quatrivium (Aritmética, Música, Geométrica y Astrología). 
Recuerdo como si fuera ayer lo que hice después de que mi padre me hiciera esa pregunta con los ojos casi fueras de las órbitas. Me encogí de hombros antes de responderle: — ¿Por qué no iba a saber?
Y era cierto. 
¿Por qué no iba a poder saber leer si mis hermanos sabían, los profesores sabían y yo, al estar siempre con ellos, había aprendido las letras por mi cuenta mientras los observaba desde mi sitio con la labor de costura olvidada? No era demasiado complicado. 
Ante este descubrimiento, mis padres se maravillaron y se horrorizaron a la vez, y la cosa empeoró cuando mi cuerpo comenzó a ser capaz de manipular los elementos, a hacer cosas que las personas normales no podían. La magia estaba en mí, una que se nutría del organismo mismo de la Tierra; de las fuerzas sobrenaturales de los cuerpos celestes y del infinito e inescrutable Universo. 
En contra de la norma y de lo estipulado por la sociedad, mi padre me dio permiso para aprender a desarrollar mi «habilidad» (porque decir que era una bruja o hechicera era jugarse el pellejo con la naciente y creciente Inquisición) con un reputado «hombre de saberes y ciencias» para que me instruyera en lo «suyo». 
Así pues, con seis años, empecé mi aprendizaje en la bonita casa de mi maestro Leovigildo, el cual me otorgó una educación que, de no haber sido la hija de un burgués de clase media, no habría podido recibir por dos factores fundamentales: uno por no tener los fondos con los que pagarle y el otro porque una hija de la nobleza estaba destinada a ser tratada como carne y mercancía para pactos matrimoniales entre familias de rancio abolengo. 
¿Qué me enseñó? Lo siento pero eso es algo que aquellos que no son como nosotros no tienen derecho a saber, mas seré misericordiosa y os diré que aprendí a controlar mi poder, a acudir a las fuentes adecuadas y a las palabras pertinentes para poder conseguir que las fuerzas que mueven el planeta, aquellas que regulan el equilibrio natural, hicieran lo que yo quería. Eso sí, a costa de un precio. Porque la magia no es gratis. Hay un precio que pagar cada vez que se utiliza, y no es barato precisamente dependiendo lo que quieras realizar.   
Pero esa parte tan feliz de mi vida duró hasta hace unos meses puesto que, con dieciocho años en mi haber, debía casarme de una vez.
—Demasiado tiempo se ha postergado ya —rezongó mi padre cuando me negué a abandonar las clases de Leovigildo. No quería renunciar a mi anciano maestro. Me agradaba su compañía al igual que aprender todo lo que él me enseñaba. Siempre había cosas nuevas que descubrir, y mi hambre de saber y conocimiento no tenían límites —. Deberías haberte casado hace ya tres años, pero te concedí el capricho. Es hora de que seas una buena hija y cumplas con tu deber.
Mi deber.
Mi cometido.
Esas dos palabras me daban arcadas. ¿Qué cometido y qué deber? Yo no le debía nada a mis padres más allá que mi amor y respeto por haberme dado la vida y cuidarme. ¿Por qué debería desposarme con el hombre que él eligiera para mí? Es más, ¿por qué debía casarme?  
—¿Es que no te gusta ningún muchacho? —me preguntó mi madre con tacto, como si estuviera hablando del tiempo mientras me obligaba a coser un bordado, algo que no sabía hacer ni me interesaba. 
—No —respondí tajante.
Y era verdad.
Jamás me había interesado por ningún chico ni joven ni adulto. Los hombres siempre me habían parecido unos seres sucios, tediosos, engreídos y estúpidos hasta decir basta por mirarnos como si fuéramos inferiores a ellos; meras  gallinitas que estaban para poner huevos cuando ellos querían tener hijos y todo lo demás para satisfacerlos sin importar nuestra opinión o nuestras preferencias. 
—Pues ya es hora de que te intereses en ellos —ordenó más que me aconsejó o comentó.
En ese momento me quedé con las ganas de decirle que aquello era más fácil de decir que de hacer, pero me contuve. No quería discutir y más cuando estaba tan triste por no poder seguir aprendiendo con Leovigildo y con los extraños sueños que me tenían tan intrigada y ansiosa. 
Hacía poco que había podido distinguir una preciosa cabellera castaña que parecía deliciosa y dulce miel, así como unos labios voluptuosos y de color rojo, y una piel bronícea que parecía destellar como ese mismo metal.
Así y todo, y cuando podía, me escapaba para ver a mi maestro y este aprovechaba para enseñarme alguna u otra cosa y darme libros de encantamientos de tapadillo.
Porque debo deciros algo: mi padre no es tonto.
En realidad no se puede ser estúpido si se es comerciante. Y él es uno de los mejores comerciantes de esta ciudad y de muchas otras más. Tal es así que, sin que yo lo supiera en un principio, usó como quien no quiere la cosa mis habilidades para que sus negocios salieran de perlas. Me preguntaba con inocencia sobre las mejores cosechas a treinta kilómetros a la redonda, sobre el tiempo que haría, sobre cómo se puede evitar una plaga… Y yo, al responderle, haciendo magia sin percatarme, propiciaba que todos sus tratos y negocios transcurrieran de forma satisfactoria, hasta que fui lo bastante mayor para darme cuenta y para que él me pidiera ciertos «favores» que yo, como hija, debía hacerle.
—Porque yo soy quien te está criando y manteniendo, niña. ¿Qué serías sin mí?
De nuevo callé y no le dije que, sin él, podría ser lo que quisiera mientras que bajo su amparo y su yugo me impedía extender el vuelo.
Sí, es lo que estáis pensando: todavía ayudo a mi padre con mis poderes y por ello, y aunque sabe que a veces lo desobedezco respecto a lo de mi maestro, lo deja pasar. Porque está negociando para casarme con un buen partido, un buen pez gordo de los negocios que acaba de comprar un título de conde por cinco cofres de oro; una minucia para él según he escuchado. 
Imaginaos que yo me case con un conde. Eso dejaría a mi familia emparentada con la nobleza y mi descendencia pasaría ser hijos de un noble. No hay nada que un burgués desee más que tener ese título que le falta para poder equipararse de forma legal a la aristocracia que, teniendo menos riquezas, tienen más privilegios a causa de su casta. 
Así pues, aprovechando una tarde en la que estaba sola en la casa, me marché a ver a mi maestro para explicarle lo de mis sueños, algo que cada vez se me antojaba más real y menos ensoñación. Además, ya había visto qué era esa figura y, aunque incorpórea, había producido en mi cuerpo sentimientos extraños; algo que nunca antes había sentido.
Cuando llegué a su puerta, él ya me estaba esperando y nos abrazamos con cariño antes de pasar a la biblioteca donde tenía una salita contigua con una mesa y sillas donde tomar un tentempié.
—¿Te apetece un poco de té? —me ofreció con su acostumbrada afabilidad.
—Sí.
Nos sentamos uno frente al otro y Leovigildo calentó en un santiamén la tetera de hojalata donde siempre hervía el agua para el té. Lo sirvió en dos tazas de porcelana (puede que fuera un mago solitario, pero siempre había tenido gustos refinados y patrimonio para costeárselos) y tomé un sorbo antes de entrar en materia.
—Maestro, hace un mes que tengo sueños muy extraños —le dije mirándolo a los ojos.
—¿Extraños? ¿En qué sentido? ¿Premonitorios?
Negué con la cabeza. 
— Ojalá fuera eso. No. Se trata de otra cosa.
—Habla, te escuchó —me animó al verme vacilar.
—Al principio no le di importancia, pero, con cada noche que pasaba, lo que al principio era una extraña sombra escondida entre una espesa bruma, se fue haciendo cada vez más visible. —Tragué saliva—. Anoche pude acabar de verla y parecía muy real.
—¿Qué viste, Elinor?
—A una mujer.
—¿Una mujer?
Yo asentí y bebí algo de té antes de proseguir. 
—Sí, es una mujer hermosa ataviada con un peplo de seda transparente cual diosa pagana. Posee una cabellera ondulada del color de la miel y unos ojos que cambian de color al igual que unos labios jugosos y rojos. 
Callé al no poder continuar, sonrojada hasta la raíz del pelo mientras la imagen de aquella mujer volvía a producirme un calor interior sofocante y una palpitación inesperada en mi feminidad. En mi imaginación rememoré sus andares de gata, el bamboleo seductor de sus anchas caderas y la turgencia de sus pechos con los pezones erectos acariciando la hermosa tela de seda que enseñaba más que ocultaba. Jamás había visto algo tan hermoso, algo tan bello que cortaba la respiración y te hacía temblar de arriba abajo. 
Mi maestro se mantuvo en silencio unos instantes. 
—¿Estas segura de que era un sueño?
Dudé unos segundos antes de decir:
—No. Es decir, no estoy segura, pero creo que estaba despierta y esa mujer estaba en mi alcoba, a los pies de la cama.
—¿Qué hizo después?
Apreté los puños y me sonrojé aún más antes de contárselo. 
La mujer, cruzando mi alcoba, subió a mi lecho y gateó hasta colocase encima de mí. Yo, con la respiración agitada y admirando su belleza, me quedé completamente paralizada sin saber qué hacer. Estaba tan fascinada que no parecía ser la dueña de mi cuerpo. La dueña de nada, en realidad. La mujer me acarició las mejillas y el cabello antes de darme un beso en los labios, uno que pasó de ser un simple contacto a ser puro fuego ardiente, un juego brutal de lenguas y respiraciones entrecortadas. Entonces, sin dejar esa batalla, las manos de ella recorrieron mi cuerpo por encima de la tela de mi camisón y un calor palpitante me recorrió por entera y se instaló en mi sexo, haciendo que una cálida humedad brotara de él.
Un hambre animal, una necesidad vital, se apoderó de mí y mi mente comenzó a imaginar múltiples escenas, infinidad de cosas que ella y yo podríamos hacer en esa cama. Entonces, como si nada de aquello fuera real, abrí los ojos y ella ya no estaba.
—¿Qué cree que es, maestro? ¿Podría ser un demonio súcubo como dicen los religiosos? 
—Querida niña, eso son fantasías de esos fanáticos. Ya te dije que nada de esa creencia es cierta, solamente es una burda forma de intentar explicar procesos históricos, tener poder social y político y dar una explicación a fuerzas que van más allá del entendimiento humano. O, mejor dicho, del entendimiento de aquellos que no son como tú o como yo. 
—¿Entonces? ¿Un espíritu?
—No, puesto que sentiste un cuerpo sólido a pesar de su forma etérea. No, es otra cosa. 
—¿El qué? —le insistí bastante desesperada.
—Algo que solamente tú puedes descubrir, Elinor. Tú y sólo tú.
Sin sacar nada en claro, me marché y regresé a casa donde mi madre me regañó por haber desaparecido, desobedeciendo a mi padre yendo a ver a mi maestro cuando debería estar en casa practicando la costura. Pronto iba a casarme, ¿cómo podía llamarme mujer y esposa si no sabía ni bordar mis iniciales en un pañuelo? Yo aguanté su perorata sin prestarle atención, ya que en mi mente no dejaban de dar vueltas las últimas palabras de mi maestro. No era nuevo para mí la forma de hablar de mi maestro, una más enigmática que esclarecedora, pero siempre decía aquello necesario para que uno mismo llegara al quid de la cuestión. Y, mal que me pesara, al parecer yo era la única que podría descubrir quién era esa mujer y qué quería de mí.
Por eso, aquella noche me retiré a mis aposentos antes de lo acostumbrado y, después de ponerme mi ropa de cama, me quedé sentada en a los pies del lecho en la más completa oscuridad. 
La figura no se hizo de rogar.
Frente a mí, poco a poco, como salida de una bruma inexistente, se materializó al igual que la noche anterior, con su peplo de seda que se le pegaba al cuerpo y mostraba su anatomía femenina y sensual. Con su melena ondulada cayendo como una cascada sobre sus hombros hasta llegarle a los pechos con los pezones enhiestos, unos que pedían a gritos ser mordisqueados y lamidos. 
Las campanas de la iglesia dieron las once cuando ella se acercó a mí y me acarició los labios con dos dedos, unos que eran tan de carne y huesos como los míos.
—¿Quién eres? —le pregunté en un susurro mientras le tomaba aquella elegante parte de su cuerpo y le besaba los nudillos. Ella no respondió más allá de pegarse más a mí.
El corazón me palpitaba con fuerza, tanta que me dolía. La respiración se me agitó cuando sentí su aliento cada vez más cerca, y toda yo temblé ardiendo cuando su olor me asaltó las fosas nasales. Quería besar sus labios, quería sentir mi cuerpo pegado al suyo, que mis pechos se rozaran con los suyos y que su sexo y el mío se unieran en un acoplamiento perfecto. 
Cuando tocó la última campanada, ella acabó con la distancia que nos separaba y juntó sus labios rojos con los míos. Una corriente eléctrica me recorrió de arriba abajo y me sentí desfallecer cuando su lengua entró en mi boca y buscó la mía para jugar con ella, para que bailaran con movimientos que se me antojaron lujuriosos. Sí, esa era la palabra y al fin podía entender su significado. ¿Era esto lo que sentían los hombres que querían yacer con nosotras? ¿Era lo que una mujer podía encontrar en los brazos de un varón? 
No, estaba segura de que no. 
Aquello era algo más, algo que se escapaba al entendimiento y al raciocinio. Era más que una búsqueda unipersonal del placer, era el gozo de sentir que tu amante disfrutaba, era el regocijo de saberte el causante de cada uno de sus gemidos, de cada estremecimiento que lo portaba a la más absoluta enajenación pasional.
Y eso era lo que ella estaba haciendo conmigo.
Sus manos me acariciaban la espalda por encima del camisón blanco, y desabrochó el botón que había en la parte trasera de mi cuello para descender de nuevo y meter las manos por debajo y ascender por mi espalda. El camisón salió sin esfuerzo de mi cuerpo y me hizo retroceder en el lecho mientras ella soltaba los broches de oro que le sujetaban el peplo por los hombros. La tela cayó como un manto junto a mi ropa de cama y gateó hacia mí para capturar mi boca otra vez.
Con ella encima de mí, dejé que sus manos suaves y de dedos elegantes me acariciaran la piel. Me recorrieron las costillas hasta llegar a las caderas donde me masajeó el estómago a la vez que se apartaba de mi boca y besaba y lamía mi cuello. Yo, resollando, me revolvía bajo ella con el cuerpo ardiendo y sintiendo humedad entre las piernas. Sus labios suaves como una flor capturaron mi pezón izquierdo y lo lamió y mordisqueó mientras yo me deshacía en gemidos y jadeos, aferrándome a la sábana de la cama. 
Cuando se cansó de torturarlo, decidió hacer lo propio con el derecho a la vez que colocaba su mano izquierda entre mis piernas y me las separaba, como si fuera una flor a medio abrir que necesitara ayuda para terminar de florecer.
Las sensaciones que se apoderaron de mí fueron tan potentes que creí que perdería el sentido. Un indescriptible placer me recorría juntamente con un calor que amenazaba con abrasarme y volverme loca; una locura que nada tiene que ver con la razón sino con otra cosa que no tiene nombre. 
Sin dejar de saborearme, de tocarme por donde ella quería, acarició mi clítoris de forma certera, rítmica y lenta; un vaivén que yo no tardé en imitar con mis caderas. El primer orgasmo de mi vida no tardó en brotar, explotar y expandirse por todo mi cuerpo. Y fue en ese momento de apoteosis cuando dos de sus finos dedos se introdujeron en mi cavidad secreta, eso que las mujeres debemos proteger más que nuestra propia vida, eso que la sociedad donde los hombres gobiernan han decidido llamar «virtud» con excusas religiosas pero que no es más que el miedo propio de unos estúpidos temerosos de legar su apellido y todo lo que poseen a alguien que no tiene su sangre.
Respirando cada vez más agitadamente, me medio incorporé para poder besarla y saborear su piel mientras, implacable, pero con suavidad y dulzura, me penetraba con aquellos maravillosos dedos. Sus ojos y los míos tomaron contacto antes de que ella sacara la lengua y yo la mía para poder saborearnos la una a la otra hasta que un nuevo orgasmo hizo que cayera en la cama de espaldas y casi sin sentido.
Se apartó de mí y me dio un beso en la frente antes de levantarme y colocarme con suma facilidad sobre ella. Sin que dijera nada, sus ojos me instaban a que hiciera con ella lo que quisiera, que explorara cada recoveco de aquel cuerpo escultural esculpido por el mejor de los artistas helenísticos de siglos anteriores. 
Tragué saliva antes de dejar que mis instintos y mi deseo se apoderaran de mis acciones. Dejando que mi mente y la lujuria del momento tomaran el control, comencé a lamerle la piel del cuello y fui descendiendo poco a poco hasta el nacimiento de sus generosos pechos. Besé cada uno de ellos y saboreé sus sonrosados y erectos pezones como si fueran aquellos dulces asiáticos que mi padre solía regalarme para mi cumpleaños, pero esto era infinitamente más delicioso.
Su cuerpo era como una droga, como un afrodisíaco, el néctar y la ambrosía de los dioses grecoromanos: cuanto más degustabas más querías.
No sé cuánto estuve regodeándome en aquella tersa piel bronícea hasta quedar satisfecha por los temblores de ella, sus gemidos y por la humedad que goteaba de su sexo, con un olor tan fascinante y atrayente, que me estaba haciendo la boca agua. 
La quería a ella.
La quería en mi boca.
Sin contenerme, sin pensar en que aquello que estaba haciendo era tachado como algo incorrecto, como algo aberrante y obsceno, llevé mis labios a su lugar prohibido, al monte de venus, y succioné y lamí separándole más las piernas y aferrándole los muslos para poder acomodarme mejor y para evitar que ella se moviera a causa de mis atenciones.
La temperatura de la alcoba subió así como los jadeos y gemidos de mi amante que se metían en mis tímpanos y se me antojaban la más hermosas de las canciones, mucho más que el coro de la iglesia en las fiestas que tanto emocionaban a mi madre y que a mí tanto me aburrían.
Al poco rato, el orgasmo la catapultó al séptimo cielo, pero yo no me detuve y continué estimulándola con la lengua, pasándola por su clítoris y por su jugosa entrada, tierna y tan dulce como toda ella. Le sucedieron más orgasmos hasta que  me apartó y me obligó a besarle la boca, uniéndose nuestros labios en una mezcla de fluidos que me mareó y casi me hizo explotar de placer.
Quería más.
Mucho más.
¿Qué era esto que me martilleaba el corazón?
Mi hermosa amante me colocó frente a ella y me separó las piernas a la vez que me instaba a cercarme a ella. Entonces ella hizo lo propio y juntó nuestros sexos. Aferrándonos de las manos, comenzamos a movernos al compás y cada roce me nublaba la vista, me hacía estremecer, me hacía querer gritar de placer.
Sí.
Sí.
SÍ.
Nuestras bocas se unieron mientras nuestros cuerpos copulaban, se unían en uno y el entendimiento acudía a mi mente al igual que las palabras de mi maestro.
Por fin comprendía quién era esa mujer.
—Eros —murmuré contra sus labios húmedos e hinchados.
Ella sonrió con un asentimiento antes de aumentar sus movimientos y hacerme gritar.
Eros. Eso era ella: mi Eros. Mi pasión, mi lujuria y mis deseos más oscuros y secretos echo carne y huesos; mis ensoñaciones y fantasías creadas por mi subconsciente, esas que todos los mortales tenemos y que sólo nos atrevemos a pensar en ellas una vez estamos bajo el amparo de la oscuridad y en la soledad de nuestras camas.  
» Algo que solamente tú puedes descubrir, Elinor. Tú y sólo tú—me había dicho mi maestro.
Y tenía razón, pues sólo yo podía descubrir quién era esa mujer, mi Eros personal, la compañera que mis más ocultos deseos quería y anhelaba y que mi magia había traído del fondo de mi mente hasta hacerla corpórea.
Yo la había hecho realidad.
Yo la había creado y siempre sería solamente para mí.
Grité su nombre cuando unos descontrolados temblores amenazaban con la explosión final de aquella noche de sexo. La primera noche de las muchas que le seguirían y que sería así hasta que yo dejara de existir.
¿Quién quería buscar fuera lo que ya tenía dentro de sí mismo?
¿Quién quería casarse con un conde teniendo el Deseo y el Amor perfecto? 
Por nada del mundo cambiaría este momento, este ahora en el que el placer más sincero y sucio, puro y a la vez deseado me recorría por entera.
La iglesia puede llamar a esto impudicia, tratos con el diablo o como ellos quieran, pero jamás cambiaría este ardiente deseo sin importar las consecuencias.
A partir de ahora mi sexualidad era mía y solo mía.  

    


martes, 17 de julio de 2018

Reseña. La Posada Shima de Sonia Lerones Losilla

" - El mundo está tejido por hilos rojos, y esos hilos nos unen a personas. Por mucho que queramos, no podemos separarnos, y aunque lo hagamos, el destino nos unirá de nuevo."
Ficha técnica
- Autora: Sonia Lerones Losilla
- Editorial. Onyx Editorial
- Fantasía
- Páginas: 400
- Precio: 16€ / disponible también en e-book por 2'99€
-Ya a la venta

Link de compra y para leer el primer capítulo






Sinopsis:

Ania está cansada de que ni su tía ni su abuela le permitan ocuparse del trabajo familiar en una pequeña pensión. Una noche de lluvia, decidida a demostrar su eficiencia, se encarga de atender al huésped que espera al otro lado de la puerta. Sin que pueda hacer nada por impedirlo, Ania es raptada y llevada a una isla flotante en Japón, donde descubrirá una Posada regentada por una bruja a la que han robado un objeto de valor incalculable. Desde entonces, busca venganza desesperadamente.

A la espera de ser liberada, Ania, ahora sin identidad, se ve forzada a trabajar en dicha Posada, donde sufre un trato horrible por el resto de los criados. Su único consuelo lo encuentra en Jarreth, el esbirro de la bruja, un mago que poco a poco irá ganándose su confianza, y tal vez algo más.

Ania sufrirá en sus carnes lo que significa la traición, el valor de la amistad, la llegada de un amor inesperado, el poder que reside en uno mismo y el valor que nace de las situaciones más desgarradoras, y lo hará en un mundo donde los piratas, los dragones y la magia, serán grandes protagonistas.



Opinión:


Cuando la editorial Onyx mostró la portada, la sinopsis de esta novela y pude leer las primeras páginas, me picó el gusanillo. No voy a negar que soy una amante de las historias de magia y más si dicha magia se desarrolla dentro de una posada y, para más inri, una posada japonesa. Con ese toque mágico de El viaje de Chihiro, me hice con este libro en la preventa que lanzó Onyx (con unos regalitos preciosos) y, la verdad es que, aunque tiene algunas cosillas que no me han llegado del todo, me ha dejado un buen sabor de boca. Con esta pequeña introducción, os doy la bienvenida a la Posada Shima.

La Posada Shima nos presenta a Ania, una joven de casi veinte años que vive en Greenvillage con su abuela Mariya y su tía Mérida las cuales regentan la pensión familiar: la pensión Polinine. Sin que ni su tía ni su abuela confíen demasiado en ella para que pueda atender a los clientes de la pensión, Ania decide tomar la iniciativa en este menester cuando, una noche, se presenta un cliente. Dicho cliente, en realidad, no ha ido a pasar la noche y resguardarse de la lluvia, ¡sino a raptarla! Ania es llevada a la fuerza por el susodicho a la Posada Shima donde la bruja Majo. Ésta cruel mujer la mantendrá allí para conseguir recuperar algo que le han robado, algo que es demasiado valioso para ella. 

Con claras referencias al mundo de las películas de Hayao Miyazaki de Studio Gibli (como bien dice la autora en los agradecimientos y el lector amante de Gibli comprueba desde el primer momento. Supongo que por ello hay un personaje llamado Hayao), y sin ser plagio o nada semejante (aviso porque leí que alguien lo decía y me parece que no sabe lo que es el plagio), Sonia nos crea un mundo mágico muy interesante donde la magia se respira y se huele a cada página, así como la cultura y la mitología japonesa.

Aunque toda la acción se sucede en la Posada Shima mayoritariamente, lo cierto es que Sonia ha logrado crear un ambiente de ensueño y mágico, cosa que no quiere decir que no sea un mundo cruel y peligroso. Porque el abuso de poder y la jerarquización piramidal es clara en la posada. Arriba de todo está la bruja y su esbirro Jarreth (en honor al Jarreth de David Bowie en Dentro del Laberinto) y después están los empleados de la posada que están sometidos por la malvada bruja Majo a través de un terrible contrato.

La prosa de Sonia Lerones es una muy elegante que sabe crear imágenes muy bien definidas al lector. De ese modo podemos imaginarnos cómo es la Posada Shima y el pequeño mundo que hay allí. Porque los entresijos de la posada son muy interesantes así como todos los trabajadores de ésta. En La Posada Shima encontramos un grandísimo elenco de personajes y Sonia les da voz y voto a muchos secundarios, enriqueciendo la trama principal con otras secundarias y mostrando que, además de los protagonistas, los secundarios también pueden ser personajes muy útiles e interesantes. 

El ritmo de la novela no decae en ningún momento, siempre está sucediendo algo y los momentos de transición están bien aprovechados, ya que es en esos momentos donde se les da voz a los secundarios. Pero siempre hay algunos "peros" y es que, en mi caso, he tenido sentimientos encontrados mientras leía esta historia.

Me explico.

Como ya os he dicho, la trama no decae y siempre están ocurriendo cosas. Pues bien, ese factor a hecho que se me hiciera pesada y densa de leer. Agradezco que en los episodios pasen cosas, tanto como lectora como escritora eso es lo que busco (obviamente), pero con una cierta dosificación. En mi caso, me ha dado la sensación de que ocurrían demasiadas cosas y que, ciertamente, no eran necesarias para la trama y muchas se repetían de forma constante. Como dice el refrán, si breve, dos veces bueno.   

Otro "pero" han sido los personajes. Sinceramente, no tengo nada malo que decir de ellos, es decir, todos me han gustado y estaban bien caracterizados, pero no se ve ninguna evolución en ellos y se quedan todos bastante planos. El caso de Ania es el más evidente. Al final de la trama se le quiere dar una especie de madurez que, en verdad, no tiene (o yo no se la he visto) y, personalmente, no le he visto ningún tipo de desarrollo verdaderamente grande como para catalogarla de personaje redondo. Además, creo que se han desaprovechado mucho algunos personajes que, a mi parecer, eran interesantes y podrían haber dado mucho juego. Eso sí, Sonia le da mucho valor a las mujeres y nos las retrata fuertes y valientes, mujeres que se hacen valer y que son unas supervivientes y unas luchadoras. Me encanta que cada vez las mujeres aparezcan tal cual deberían y creo que tiene más valor cuando lo escribimos nostras mismas, porque eso quiere decir que nostras mismas nos valoramos y queremos transmitir ese valor a las demás. Gente, eso se llama SORORIDAD.

Sobre la trama me ocurre lo mismo y este es el último "pero". Si bien la historia gira alrededor de las pasiones humanas, el dolor, el odio, el abuso de poder y el amor tóxico, algo que me encanta ya que, verdaderamente, las cosas que nos ocurren y las que provocamos son llevadas por sentimientos y quien diga lo contrario es que se engaña a sí mismo, se me queda coja. Sonia ha creado una historia grande con personajes y tramas que necesitaban más desarrollo, más profundidad porque, al fin y a la postre, todo se queda en algo tan general que, al legar al final, muchas tramas se quedan en el limbo al igual que muchos interrogantes porque, como digo, muchas cosas son explicadas de pasada y muy resumidas. En mi opinión (y gustos, ojo), una pena.

Sobre la edición, Onyx ha hecho un trabajo muy bueno. No sólo la portada es preciosa, sino que la maquetación también lo es. Tal vez hubiera preferido que hubiera menos texto en las páginas (algo que influyó un poco a que se me hiciera la lectura tan densa), pero es algo que va a gustos y a elección del maquetador/ora y la editorial. El papel es grueso y un poco amarillento, y el libro es muy manejable con tapa blanda y solapas. 

En resumen, La Posada Shima es una lectura muy entretenida y muy recomendable a todos aquellos que disfrutan leyendo fantasía, fans de la cultura japonesa y fans de Gibli. Por mi parte, espero leer más historias de Sonia porque tiene una imaginación desbordante, una capacidad narrativa excelente y un gran potencial.


Nota:4/5   







miércoles, 11 de julio de 2018

Reseña: Alcachofa-Terror. La invasión de de las Hortalizas del Espacio Exterior de Liss Evermore

" - Mira, Wayne! ¡Mira lo que están haciendo!
  - ¡Que me aspen si no estoy soñando! 
  - ¡Dios mío, no puede ser cierto! ¡Larguémonos de aquí!
 - ¡Se están moviendo, vienen hacia nosotros! ¡Corre!"


Ficha técnica
- Autora: Liss evermor
- Editorial: Wave Books Editorial
- Sello: Wave Silver
- Comedia, terror, alienígenas, vacas, alburquequeños, alcachofas
- Páginas: 234 (papel)
- Precio: 12 € (papel); 2'99€ (ebook)
- Disponible en AmazonLektu,  Librería cyberdark 

- Gracias a la edtorial por el ejemplar electrónico.

Sinopsis:

Años 70. Albuquerque, Nuevo México. Los platillos volantes amenazan la ciudad. El ganado de Philip Vedder ha sido calcinado y un riachuelo apestoso campa a sus anchas por el estado. El sheriff, con la ayuda de un policía novato demasiado blanco para el cargo, se enfrenta a una horda de seres mutantes que están devorando a las buenas gentes norteamericanas y a todo el que se cruza en su camino. ¿Logrará el brazo de la ley frenar el ataque alienígena y salvar a la humanidad? Yo de vosotros no apostaría todas mis fichas. la suerte está echada.

Opinión: 

Durante la pasada WaveCon (el primer evento que la editorial hizo el 19 de mayo en Madrid. Tenéis la crónica aquí) algunos de los compiwave que estuvimos en el evento, mientras chafardeábamos el folleto que dio la editorial con imágenes de próximas publicaciones, la que más nos llamó la atención tanto por la portada tan de los años 50' como por el título fue Alcachofa-Terror. Con el gusanillo clavado en mi corazón, en cuanto pude, no me lo pensé dos veces y me tiré de cabeza dentro de esta desternillante y terrorífica historia. ¡Corre por tu vida, insensato! ¡Los alienígenas han venido a conquistar los Estados Unidos de América! Vale, vale, no me pegues. Sí, sí, he exagerado un poco... ¡Ejem! ¡Los alienígenas han venido a conquistar Alburquerque, Nuevo México! ¡Sálvese quien pueda!

Alcachofa-Terror comienza un idílico día en donde están pastando unas vacas, concretamente las de Philip Vedder. Es esto que, de repente, estas pobres cuadrúpedas son asesinadas de forma cruel por unos rayos y un ente malvado (por llamarlo de alguna manera) un riachuelo apestoso (llamado el Riachuelo Apestoso) se dispone a arrasarlo todo a su paso hasta que, oh, ¡horror!: el riachuelo se seca en un... en un...
A todo esto, el sheriff de Bernalillo, Graham Foster, junto a su ayudante, J.McQueen (más conocido como el Ayudante), deberán hacer frente a estos seres del espacio exterior que han venido para quedarse y acabar con todos los seres humanos del Sur, al menos, de EEUU. 
Qué Dios nos ayude. 

Con un estilo narrativo semejante al de un locutor de radio de los años cincuenta/setenta y con una buena dosis de humor negro y terror esperpéntico a partes iguales, Liss Evermore nos trae una sátira al más puro estilo La Guerra de los Mundos donde los aliens, como siempre, llegan para conquistar la Tierra y, cómo no, empiezan por los benditos Estados Unidos de América, el único país occidental (y de todo el planeta en general) que puede salvar el Mundo conocido "civilizado" (vamos, como nos vendían durante la Guerra Fría y su lucha contra los malditos comunistas *risas*).

Aparte de algún capítulo donde la narración es desde el punto de vista de una vaca (núm trece), punto de vista narrativo en primera persona de lo más acertado, la vedad (las vacas tienen derecho a ese tipo de narrador), toda la novela tiene ese rollo radiofónico que he mencionado (con frases de advertencia de la locutora de toda esta locura alcachofera, la señorita Liss Evermore) y que, también, podría calificarse como estar ante el guión de una película puesto que la misma narración, que nos lleva de un sitio a otro, sería como la definición textual de los cambios de escenario y los planos de cada escena.

Alcachofa-Terror, con una premisa sencilla y tópica - una invasión alienígena - nos presenta todos los clichés del mundo mundial de este tipo de historias tan americanistas para burlarse de ellos, para satirizarlos de la manera más inteligente y cómica. No sólo el primer ataque extraterrestre es en un campo, a unas pobres vacas y en un lugar casi desierto (más típico imposible), sino que el salvador  de esta historia, el sheriff Graham Foster, es el típico americano rudo y malhablado que debe desempolvar el sombrero e ir a por esos bichos asquerosos con la ayuda de su ayudante, cuyo nombre nos repatea. ¿Qué? Pero si es un secundario claro. Lo que nos importa es  nuestro sheriff que para eso es el héroe, el Ayudante es prescindible. 

La novela, a causa de ese toque de historias de la radio o de película a lo Mars Attacks!, cuenta con un voluminoso reparto de personajes que sufrirán todo tipo de penalidades a manos de los alienígenas, el riachuelo apestoso y... ¡las alcachofas! Porque sí, amigas y amigos, estamos ante una invasión en toda regla y, como tal, con realismo, Liss Evermore pues nos va contando un poquito de aquí, un poquito de allá... ¡No todo es el sheriff y su ayudante, jolín! Y nunca mejor dicho (risa malvada). 

El ritmo de la novela es ágil y no se atasca en ningún momento, y el lector agradece tanto los cambios de escenario como la aparición de tantos personajes y las descripciones de éstos ya que Liss, con su narrativa satírica, hace que cada frase merezcan la pena y más para ridiculizar con tanta elegancia los clichés de las pelis norteamericanas de marcianos. Y es a causa de esa prosa suya que el lector se transporta al escenario descrito en la novela, allí está mientras la gente grita, las alcachofas devoran y la sangre salpica. Porque sí, también hay toques de gore y de terror alcachofero, las guindas de este pastel de carne con alcachofas radioactivas.

En definitiva, Alcachofa-Terror es una lectura excelente que divierte al lector, que lo mantiene enganchado de principio a fin y que no puede parar de leer hasta saber qué va a pasar. Porque la trama será lineal, pero nada de lo que sucede es predecible ya que hay escenas muy deus ex machina pero no con el final esperado, y esa es la gracia de esta novela. Y hablando de finales, ¡qué final, señoras y señores! ¡Magnífico, redondo! Ya era hora que alguien hiciera una novela de extraterrestres con un final tan bueno. 

En fin, aquí Ester Barroso, su bibliotecaria personal, y reseñadora de novelas en este humilde blog, se despide hasta la próxima entrada. No cambien de canal, seguiremos informando de nuevas y jugosas lecturas. 

Dios bendiga a los Estados Unidos de América.

Nota: 5/5

PD: No me hago responsable de que, después de leer esta novela, no quieras comer ni pastel de carne ni alcachofas, pero te aconsejo que no dejes las alcachofas. Serán terroríficas, pero son muy  buenas para la salud. Siempre y cuando no sean mutantes y quieran comerte, y, oye, lo consigan.        


sábado, 7 de julio de 2018

Relato corto: Pase lo que pase, no te soltaré la mano

Hola a todos, bibliotecarios de mundos:

Como los relatos que he presentado a concursos se van acumulando en el PC cuando dan el fallo y el mío no ha sido seleccionado, pues os dejo el que realice para la antología LGBT+ llamada Iridiscencia (disponible de forma gratuita en ebook en la plataforma Lektu). Este relato  de fantasía con toques mitológicos está ambientado en un mundo semejante al de la antigua República romana, pero hay muchas variaciones que, aquellos que conozcan sobre el tema, se darán cuenta, algo que hice de forma consciente para poder contar la historia que quería.

Espero que os guste.

PD: hay una escena que pasan en unas termas y...buff. 
PD2: no se puede escribir sobre Roma (en este caso una versión libre) sin poner unas termas, jajaja. 

   


Pase lo que pase, no te soltaré la mano
by Ester Barroso



—¡El siguiente!
El grito del Tribuno reverberó en el patio de armas mientras su último oponente se ponía trabajosamente en pie y se alejaba del círculo de arena. O, mejor dicho, de la tierra embarrada por la lluvia del día anterior.
Todos los presentes nos miramos en silencio. Nadie tenía demasiada prisa o ilusión por enfrentarse al Tribuno.
Pese a su juventud, sólo tenía veintitrés años, había participado en múltiples conflictos bélicos y había escalado grandes puestos militares dentro de la República. Es más, en su última campaña militar como Capitán, por su actuación contra los enemigos, y por haber salvado a un grupo de civiles, había recibido la Corona Cívica. Después fue nombrado Tribuno Militar y le asignaron el comando de cinco centurias, es decir, de quinientos hombres.   
—¿¡Qué os pasa!? ¿Estoy rodeado de cobardes y no me había dado cuenta?
Con la cabeza bien alta, Leandra dio un paso adelante. La amazona, con la mirada encendida, espoleada por las palabras del Tribuno, desenfundó su espada de prácticas y se colocó frente al hombre. Éste sonrió orgulloso ante la amazona. Después de él, Leandra era una de las mejores solados de la República.
Sin esperar una invitación, la mujer se precipitó hacia su superior con la intención de partirlo en dos. Con fluidez, él detuvo el hierro de ella con el suyo propio. La hoja del gladio del Tribuno brilló bajo la luz del sol y rechazó a la amazona. Leandra dio un salto hacia atrás antes de contratacar. Con una velocidad sorprendente, los dos comenzaron a intercambiar espadazos y a golpearse con los escudos redondos de cuero en cuanto veían un hueco en la defensa del otro. Todos contuvimos el aliento mientras observábamos aquel combate fascinante, uno que estaba tan igualado que era imposible saber con seguridad quién de los dos vencería.
Lendra golpeó el mentón del Tribuno con el escudo y éste perdió el equilibrio. Una brecha se abrió allí donde la piel había sido maltratada y su cabeza se inclinó en un ángulo peligrosamente antinatural. La amazona, creyéndose vencedora, iba a darle el golpe de gracia cuando el Tribuno le lanzó el escudo a las piernas. Éste la golpeó en los tobillos y Leandra cayó al suelo. Antes de que la amazona pudiera reaccionar, el hombre la estaba apuntando con la espada en la garganta.
—Muy buen combate —la felicitó nuestro superior sin aliento y con una sonrisa en aquellos labios que arrancaban infinidad de suspiros —. Como siempre, eres una contrincante formidable.
Claudio César Bruto enfundó su gladio y le tendió una mano a la amazona. La mujer la cogió y se levantó con una sonrisa cómplice.
—Eres el único con el que vale la pena besar el suelo, Tribuno.
César le dedicó una inclinación de cabeza por sus palabras y se llevó el dorso de la mano al mentón para limpiarse la sangre que caía con abundancia. Desde mi posición veía claramente que iba a necesitar unos cuantos puntos de sutura. Leandra nunca se andaba con chiquitas ni en un entrenamiento y, para mi desgracia, sabía de lo que hablaba. La hermosa amazona, de piel morena y cabellos negros como la noche, se hinchó como un pavo real, toda hermosa, preciosa y orgullosa antes de regresar con el resto de miembros de su pelotón.
—Te has pasado —le dije en cuanto se colocó a mi vera.
—¿Qué dices? Como si el Tribuno se hubiera contenido. Con ese último golpe suyo me ha dejado hecha trizas, casi no puedo ni andar. Ya verás qué moratones me salen.
—Así y todo, lo has dejado para el arrastre. Ese ya es incapaz de seguir con la instrucción.
La cara de Leandra, que me había estado mirando con cierta burla y camadería, se puso tensa y sus ojos castaños dejaron de mirar los verdes míos para fijarlos en un punto detrás de mí. Un mal presentimiento me recorrió la columna vertebral y supe que acababa de cagarla al decir aquellas palabras.
—Soldado Quinto Apuleyo Nasica —citó César mi nombre completo —. Tu turno.
Tragué saliva antes de darme la vuelta y encararme a mi superior. ¡Tierra trágame! ¿Cómo se suponía que iba a saber que el Tribuno me escucharía? Si había algo que todo soldado sabía era que no se debía hablar de los superiores si ellos estaban demasiado cerca como para escucharte.
Y Claudio César Bruto lo estaba.
Vaya si lo había estado.
Aunque, si pretendía amilanarme como cuando éramos unos jóvenes reclutas en el campamento militar, estaba muy equivocado. Yo ya no era un chico de trece años ni él de dieciséis al que le encantaba molestarme por ser pequeño, enclenque y débil. Ya no era el mismo y se lo pensaba demostrar de una vez por todas. Puede que aquel fuese un pensamiento infantil y pueril, pero había soportado durante tres años sus desprecios y burlas y, ahora que nos habíamos reencontrado siete años después, no pensaba dejar pasar la oportunidad de demostrarle que ya no era aquel niño que deseaba ser igual que él y que había llegado a admirarlo.
Que seguía admirándolo a pesar de todo.  
Un niño que deseaba ese afecto que parecía darles a todos los reclutas menos a mí.
Desenfundé mi gladio sin apartar la mirada de su rostro. La brecha de su mentón, uno demasiado bien cincelado y sin gota de vello, seguía sangrando con profusión, cosa que a él parecía darle igual. Sus ojos ambarinos refulgieron cuando se colocó en posición, completamente fijados en mi persona. El corazón me dio un vuelco al sentir la intensidad de su mirada, y aquella aura asesina que desprendía y que los enemigos tanto temían. Tragué saliva. No tengas miedo—me recordé—. No soy el mismo de hace siete años. Soy un adulto.
Antes de que pudiera siquiera pensar en adoptar una posición de ataque o de defensa, Claudio César ya estaba sobre mí. A duras penas pude bloquear su espada con mi escudo y, al segundo siguiente, desviar su despiadada hoja con la mía mientras retrocedía. El terreno de combate era una completa porquería. El barro me impedía moverme con seguridad, hundiendo mis caligae, haciendo más lentos mis movimientos. ¿Cómo había sido capaz Leandra de moverse por él? ¿Cómo podía hacerlo César estando herido y con más de una hora de instrucción en las espaldas?
Apreté los dientes cuando desvié otra estocada y me quedé sin aire en los pulmones cuando recibí un buen golpe de su escudo en el plexo solar. Sin poder evitarlo, resbalé y caí sobre el barro de espaldas; completamente derrotado.
Las carcajadas llenaron la palestra de una cacofonía horrible para mis oídos. Se me encendieron las mejillas por la indignación y la vergüenza. Me habían vencido de una forma deshonrosa para mí, y más después de haber dicho aquellas malditas palabras cuando no debía.
—Tienes que entrenarte más, Quinto Apuleyo Nasica —me dijo el Tribuno que se había acuclillado a mi lado. Su voz sonó ronca, con un deje irónico que me llenó de todo tipo de sentimientos en los que destacaban la furia y el deseo. Uno que llevaba maldiciendo desde el día en que lo había conocido —. ¡Se acabó por hoy! —vociferó para todos los miembros de mi regimiento— ¡Todos a vuestras tiendas!

***

El agua me resbalaba por el cuerpo eliminando los últimos restos de barro.
Solo, en las termas con las que contaba nuestra Castra, miraba como un estúpido el barro abandonar mi cuerpo, mezclándose con el agua, tiñéndola de un tono pardo hasta desaparecer por el desagüe. Dejé el cubo de madera con el que me había quitado la suciedad antes de entrar en la piscina de agua caliente. No había nada mejor para los músculos que un buen baño junto con una distendida conversación con los camaradas, pero mi legión hacía mucho que había terminado de asearse.
Era mejor así, no estaba para chanzas a mi costa después del ridículo que había protagonizado aquella tarde. Por ello me había estado esperando casi tres horas a que todos terminaran de lavarse y de hacer estiramientos y demás cosas en las termas antes de introducirme yo. Ya era bastante malo ser un simple soldado raso de una familia de mercaderes en una legión donde imperaban patricios, ecuestres y magníficas amazonas.
¿Qué había hecho para merecer tanta mala suerte?
No lo sabía, pero de lo que estaba seguro era de que aquel día se había vuelto una maldita pesadilla sin fin.
Por el pasillo que portaba a la piscina donde yo me encontraba, el perfecto y dorado cuerpo del Tribuno paseaba de forma indolente hacia mi posición, completamente desnudo. Sin poder evitarlo, recorrí cada centímetro de su anatomía con la mirada. Todos los rumores que había escuchado de hombres y mujeres eran ciertos: Claudio César Bruto era Adonis de nuevo en la tierra de los mortales. No solamente su anatomía era perfecta, sino que también lo era su fisonomía, con aquel rostro de facciones marcadas, pícaras, con unos labios seductores y una mirada que te quitaba la voluntad y las ganas de respirar si él no te lo ordenaba.
Claudio César entró en la piscina sin importarle mi presencia y yo, completamente ardiendo por todos lados sin que el agua que me lamía la piel fuera la culpable, agaché la cabeza. Por Júpiter Optimo Máximo, ese hombre estaba demasiado cerca de mí.
—Ah, esto es la gloria; el mismísimo Olimpo — suspiró mientras se acomodaba con los ojos cerrados contra el muro de la piscina de pequeñas teselas azules, verdes y amarillas. Lo miré de reojo y apreté los puños. De nuevo, mil sentimientos confusos y sensaciones contradictorias me asaltaron. El deseo de tocarlo, de acercarme a él y probar aquella piel me iba a volver loco al igual que las ganas de cogerlo por el cuello y retorcérselo —. ¿Te gusta lo que ves?
—¿Eh? —aquello me dejó tan desconcertado que aquel monosílabo fue lo único que atiné a articular.
—Digo si te gusta lo que estas mirando con tanta atención. Creo que sí, puesto que me has comido con los ojos mientras venía hacia aquí, soldado.
¡Tierra trágame y llévame al Hades para que Plutón me eche a Cerbero!   
—No sé a qué te refieres, Tribuno—dije intentando que no me temblara la voz sin éxito. César soltó una risita que me erizó el vello de todo el cuerpo. El sonido del agua al ser removida me hizo temblar y, al alzar la vista, el rostro de belleza helenística de él estaba a escasos centímetros del mío.
—No hace falta ser tan formal en las termas, Quinto.
¡Eso era muy fácil de decir cuando uno era Tribuno Militar y un patricio con un puesto asegurado en el Senado! ¿Cómo iba yo, un soldado raso, a dejar las formalidades de un lado frente a mi superior? Había muchas cosas que no se toleraban en la República, y algunas de ellas eran la insubordinación y el pasarte por la torera la jerarquía social y militar. ¿Qué demonios hacía un Tribuno tan cerca de un soldado? ¿Por qué su rostro estaba tan cerca del mío? ¿Por qué su piel estaba casi pegada a la mía? ¿Y por qué yo, que la Parca me llevara, me moría de ganas de pegarme a él y de juntar mis labios con los suyos obviando las malditas formalidades?
Sin ser consciente de ello, llevé mi mano hacia la herida recién cosida de su mentón. Él no se apartó ni rechazó aquella tenue caricia.
—De nuevo esa mirada —susurró César mientras yo me perdía en cada milímetro de su rostro.
—¿Eh? —solté de nuevo como si estuviera ido, en trace cual Pítia del santuario de Delfos.      
—Siempre me ha gustado el modo en el que me miras. Incluso cuando éramos unos críos. No sólo había rabia y fuerza en ellos, sino que había ardor. Pasión. Y siempre estaba ahí para mí. Solamente para mí. 
¿Qué era eso?
¿Qué era eso que me aprisiona el pecho y que me hacía querer perderme a donde sea que él quisiera llevarme?
La mano de César cogió la mía que estaba en su mejilla y se la llevó a los labios para besar cada uno de mis dedos. Un súbito pánico se abrió paso en mis entrañas y pegué un brinco intentando alejarme. Mi cuerpo ardía tanto que dolía. Mi corazón latía tan rápido que parecía a punto de salírseme del pecho.
—Tribuno —lo llamé con una especie de chillido-ronquido. Estaba asustado. Demasiado. Una cosa era desear y odiar a una persona en la distancia, y la otra era el de hacerlo con el susodicho al lado. Él me ignoró por completo y me cogió con su mano libre por la cintura para evitar que me levantara y me marchara —. Claudio César Bruto —lo interpelé ahora por su trianomina.
—Mi nombre en tu boca siempre suena a música, ¿por qué será?
¿Pero qué estaba pasando? ¿Quién era ese hombre que tenía frente a mí? No había nada del Tribuno que me había humillado aquella misma tarde, nada tampoco del adolescente que se metía conmigo y me hacía rabiar cada vez que me veía. ¿Quién era este Claudio César Bruto que me observaba como si fuera a devorarme, y que sentía un deseo tan fuerte por mí como el que yo sentía por él?
Susurrando mi nombre en mi oído, Claudio me pegó contra la pared de la piscina antes de besarme los labios. Éstos eran suaves y sabían a vino. Su lengua no tardó en enredarse con la mía a un ritmo sensual, y tan ardiente, que creí que perdería el sentido. La mano que me había estado aprisionando la muñeca se soltó de su agarre y descendió por mi cuerpo hasta llegar a mi ombligo. Una vez allí, con maestría, su deseo y el mío se juntaron en uno solo, y la sala se llenó de jadeos y gemidos mientras nuestras bocas no dejaban de atacarse la una a la otra.
Sin aliento, eché la cabeza hacia atrás cuando un descontrolado y súbito placer me recorrió por entero. Contemplé el techo con la mirada borrosa y la respiración más agitada que la que tenías después de una ardua batalla. ¿De verdad acababa de pasar todo esto o había sido todo un producto de mis fantasías? No sería la primera vez que fantaseaba con algo así junto con el Tribuno.
Pero no.
Yo nunca tenía sueños, sino pesadillas.
Una risita irónica y divertida brotó de los labios de mi superior y, de golpe, recuperé la cordura. ¿Me había vuelto loco? ¿Qué demonios acababa de hacer, por Minerva? Horrorizado vi a César alejarse de mi lado sin borrar aquella maldita sonrisa petulante que siempre me dedicaba cuando éramos niños. Como si él fuera superior a mí, como si me considerara un ser despreciable e inferior.
—¿De qué te ríes? —espeté con el ceño fruncido y un agudo dolor en el corazón.
Él me miró como si no comprendiera a qué me estaba refiriendo.
—¿Qué quieres decir?
—¿Te has divertido con esto, Tribuno? ¿Te ha gustado seducirme para después poder burlarte de mí?
—¿Qué dices? No me estoy burlando de nadie, Quinto— repuso con el desconcierto pintado en el rostro. Además de buen militar también era un actor de primera. Seguro que los escritores de tragedias se tirarían de los pelos por tenerlo como actor en sus mejores obras en el gran teatro de la urbe.
—Y yo no me chupo el dedo, Claudio. ¿Esto va a ser como en el adiestramiento? ¿No te cansas de humillarme?
—Nunca he pretendido tal cosa, Quinto —dijo con el rostro serio, tanto que parecía una escultura del mismísimo Fidias.
—¿No? ¿Y lo de esta mañana?
—Te habías ido de la lengua, solado. Sabes que la disciplina y el respeto son fundamentales.
—¿Y cuando tenía trece años? ¿Ahí también había que mantener la jerarquía militar? —le pregunté levantándome. El agua descendió por mi cuerpo hasta regresar a su lugar original.
—¿Me guardas inquina por eso? —resopló incrédulo—. Por los dioses, Quinto, era un crío estúpido en aquel entonces.
—Al menos lo reconoces. Aunque ahora eres igual de cabrón.
El ceño de César se frunció tanto que no pude evitar asustarme. Su rostro, antes arrebolado por nuestro ataque de pasión, se había tornado pálido y sus ojos brillaban de furia contenida.
—Te estás pasando, soldado. Recuerda con quien estás hablando.
—Lo sé perfectamente, Tribuno. No dejo de repetírmelo una y mil veces cada día.
Sin decir nada más, salí de la piscina y me marché sin siquiera secarme con la toalla, dejando algo de mí, algo que no quería saber, en aquella piscina junto con aquel hombre que deseaba y odiaba al mismo tiempo.

***

—¿Qué te pasa?
La voz de Ágave me pilló tan de sopetón que pegué un bote.
Un pequeño contingente de legionarios estábamos en el camino de regreso a la Castra. Nos había tocado a los de mi regimiento ir a buscar los víveres en la ciudad situada a unas pocas yardas de nuestro campamento asentado de forma permanente en el limes de Germania, muy cerca del rio Danubio, en la Panonia.
Me volví hacia la rubia amazona frunciendo el ceño, ralentizando el paso de mi caballo.
—¿Por qué me lo preguntas?
La mujer se encogió de hombros haciendo que su arco y carcaj se movieran junto con su movimiento corporal.
—Pues porque llevas unos días más raro que un gallo dentro de unas termas.
Ante la mención del término «termas» no pude evitar sonrojarme como un mancebo.
—¿Lo ves? —exclamó la amazona con una carcajada —. Desde el día en que el Tribuno te echó al barro que no pareces tú. Estás más ausente y en babia de lo normal.
—Vaya, gracias —refunfuñé hinchando los mofletes.
¿¡Y cómo debería estar!?
Aunque ya habían pasado casi tres semanas desde el «incidente» con César, había sido incapaz de olvidarlo. No había hora del día que no rememorara el sabor de sus labios y la suavidad de su piel. El roce de sus manos en mi cuerpo.
Y su risa.
Y mi vergüenza.
Negué con la cabeza cuando la tristeza y la rabia comenzaban a revolverme el estómago. Durante todos los días que habían pasado, había intentado con todas mis fuerzas evitar encontrarme cara a cara con él. Por ello, prácticamente pasaba todo mi tiempo libre con mis compañeros de pelotón, algo muy raro en mí ya que disfrutaba de la soledad, la contemplación y la lectura de grandes autores de tragedias, poesía, historiografía o épica en mi tienda con una buena copa de vino. Normal que aquellos que mejor me conocían sospecharan. De ahí la pregunta de Ágave o las miradas escrutadoras de Leandra y de las otras amazonas.
—En serio, Quinto, nos tienes algo preocupadas —continuó mi compañera—. No es bueno que estés tan distraído con la tensión que tenemos estos días con los pueblos bárbaros.
Cierto. La cosa no pintaba bien en el limes.
Los campamentos militares de frontera de la República eran los lugares más peligrosos y en donde se enviaban los soldados mejor dotados de todo el mundo itálico. En ellos, soldados como yo y sus superiores, debíamos contener y evitar que penetraran en nuestro territorio destacamentos bárbaros que lo único que pretendían era saquear a nuestra gente y conseguir prisioneros con los que negociar a cambio de oro y plata.
Ciertamente, había épocas en que las cosas iban mejor que en otras, pero el conflicto y la tensión siempre estaban presentes. Latentes. No podíamos bajar la guardia ni un segundo o los bárbaros germanos nos harían picadillo.
El Sargento, situado en la vanguardia, dio el alto. Todos detuvimos nuestros caballos, y los carros cargados con los pertrechos y las provisiones para la Castra nos imitaron. El silencio en aquella zona boscosa y húmeda era sepulcral. El cielo, nublado y cada vez más oscurecido, se iluminó de repente con un serpenteante relámpago y el sonido de este no tardó mucho en ensordecer nuestro aparato auditivo. Los caballos resoplaron asustados, el aire se espesó y todos nos replegamos alrededor de los carros a la señal del Sargento. Otro trueno, señal de Júpiter de que algo no iba bien. Grandes gotas de lluvia cayeron del cielo con fuerza y no tardaron en empaparnos a todos.
Gritos de guerra escalofriantes seguidos de otro trueno, el último aviso desesperado de nuestro dios.
Un gran grupo de bárbaros, hábilmente embadurnados de pinturas oscuras que los camuflaban con la vegetación, salió de entre los árboles y matorrales enfundados en armaduras ligeras y simples, empuñando hachas, espadas, arcos y lanzas.  
—¡En formación! —gritó el Sargento Tiberio Sexto —. ¡Amazonas, escoltad a los carros! ¡Corred hacia el campamento!
Las amazonas se apresuraron a obedecer y, con los arcos desenfundados y las flechas preparadas, arrearon a sus monturas disparando a diestro y siniestro con una puntería envidiable. No había mejores tiradoras que las protegidas de Diana.
—¡Formación de defensa! ¡Qué no pase ninguno de esos malditos cabrones! —exhortó Sexto con el gladio desenfundado y apuntando el cielo.
Desenfundando el mío, me coloqué en posición y la hoja no tardó en teñirse de sangre. Con la adrenalina a flor de piel, comencé a detener golpes, a arañar carne desnuda y a cortar cuellos expuestos mientras una lluvia torrencial caía sobre nosotros y los truenos rugía acallando nuestros gritos de furia, dolor, rabia y muerte.
Mucha muerte.
Y romana.
Un contundente golpe por la parte plana de un hacha me tiró al suelo y el cuello de mi caballo me salvó de ser partido en dos por una nueva arremetida del germano del hacha. Caí con fuerza al suelo embarrado y el gladio salió disparado de mi mano. Tosí y escupí una mezcla de barro, agua y sangre antes de mirar a mi alrededor. A pesar de la cercanía a la Castra, aquel grupo de bárbaros había osado atacarnos. Y no sólo eso. Lo malo era que nos superaban en número incluso antes de que las amazonas, nuestras mejores guerreras, nos abandonaran.
Aquello estaba siendo una carnicería, una matanza sin escrúpulos.
Una batalla desigual y sin honor por parte de esos malditos bárbaros.
Miré a mi derecha y contemplé la horrible muerte del Sargento. Un bárbaro de largos cabellos rubios gritó triunfante bajo la lluvia con la cabeza de Sexto en la mano. El tiempo pareció ralentizarse mientras veía a mis compañeros morir frente a mis ojos. ¿Cuántas cosas habíamos vivido juntos? ¿Cuántas veces nos habíamos salvado el culo los unos a los otros? Las lágrimas no tardaron en surcarme las mejillas y a mezclarse con la de los dioses que lloraban con amargura la muerte de sus hijos.
Sólo quedaba yo.
Era el único que todavía respiraba.
Y ellos se habían dado cuenta.
Desarmado, pero con mi orgullo de romano intacto, me levanté trabajosamente. No pensaba huir. No pensaba darles el gusto de perseguirme como un animal para que me mataran como tal. Era un hombre. Era hijo de la República. Era un soldado romano. Los treinta bárbaros se reagruparon y el que parecía ser el mandamás se acercó a mí con el arma en alto.
—Ven, hijo de un dios podrido. ¡Ven a por mí! —grité con todas mis fuerzas.
La luz de un trueno iluminó el paisaje y vi una figura correr hacia la retaguardia enemiga. Un grito ahogado hizo eco en el lugar seguido de otro y de dos más. Un nuevo trueno ensordeció a los presentes e iluminó a la figura recién llegada. El corazón me dio un vuelco en el pecho.
—Claudio —susurré incrédulo a la vez que maravillado.
Su figura, a pesar de empapada, refulgía con una extraña aureola luminosa a su alrededor, y su túnica roja de Tribuno parecía levitar alrededor de su cuerpo, como si una brisa invisible la meciera.
El bárbaro jefe vociferó algo en su lengua y todos sus hombres se volvieron hacia el Tribuno.
—¡No! —supliqué casi sin voz. En lo único que podía pensar era que iban a matarlo y que yo sería incapaz de evitarlo.
Con la mente trastornada y los movimientos torpes, corrí a recuperar mi espada para ir a su lado. Si iba a morir, yo quería hacerlo junto a él.
Pero me equivocaba.
Claudio César Bruto era Tribuno militar por algo y no precisamente por estatus o el buen nombre de su familia. Nunca antes había visto a alguien luchar como él, como un héroe homérico salido de un rollo de pergamino. Su gladio golpeaba con una endiablada precisión y con la fuerza justa para arrancarle la vida al enemigo. Esquivaba con gracia y agilidad sin desaprovechar ni uno de sus movimientos. ¿Cómo podía hacer algo así? No parecía de este mundo. 
Fascinado, paralizado por lo que estaba viendo, fui incapaz de moverme del sitio a pesar de que, por mucho que el Tribuno fuera un excelente soldado, era un hombre.
Un ser humano.   
La primera herida le vino por el flanco izquierdo, justo por debajo de la coraza, en la cadera. César hizo una mueca antes de matar al bárbaro y placar a otro con el escudo. Al ver que la lucha cuerpo a cuerpo no mermaba la fuerza del Tribuno, el jefe germano dio nuevas órdenes y cinco arqueros prepararon sus armas. Antes de que pudiera gritarle nada a mi superior, las saetas surcaron el cielo y se clavaron en distintas partes de su cuerpo, haciendo que cayera de rodillas y recibiera un hachazo en la espalda.
Sin aguantar ver más cómo herían a la persona más importante para mí, corrí hacia ellos para matarlos. A todos. No les perdonaría. Jamás perdonaría que mataran al hombre que amaba. Con una fría rabia, pillando al jefe enemigo por sorpresa, corté limpiamente su brazo derecho por el codo antes de hundirle el gladio en la axila expuesta al haber alzado el brazo en acto reflejo por mi ataque.
Al ver a su jefe caído, malherido pero vivo, los bárbaros supervivientes se precipitaron hacia él para sacarlo de allí e intentar salvarle la vida.
Solos ahora bajo aquel aguacero, enfundé mi arma antes de correr hacia César. El Tribuno, asaetado, no dejaba de sangrar. Con manos temblorosas comenzó a arrancarse las flechas del cuerpo y yo temí que al hacer eso se matara antes de tiempo.
—Claudio —lo llamé cuando estuve a su lado. No me importó que mi voz reflejara el pánico que sentía por él. Ya no me importaba nada salvo evitar que muriera.
—Por aquí hay cuevas, vamos a refugiarnos en alguna de ellas —dijo él entre dientes —. Ayúdame a levantarme —ordenó con furia y dolor en la voz.  
Obedecí su requerimiento sin rechistar y dejé que me guiara hasta ese lugar más angosto por el bosque, al otro lado del camino. Traqueteando por la espesura, llegamos al cabo de veinte minutos a una zona montañosa con cuevas naturales. Nos introdujimos en una de ellas y recosté el cuerpo flácido del Tribuno contra la pared. Sin que me lo pidiera, lo ayudé a quitarse la armadura para ver el alcance de sus heridas. Por Asclepio, aquello no pintaba nada bien. La herida de la espalda era muy profunda, tanto que se podían ver algunas vertebras de su columna; y éstas estaban machacadas y mezcladas con sangre. Por Júpiter, ¿cómo había sido capaz de moverse con una herida semejante? ¡Tenía parte de la columna destrozada!
César escupió sangre a un lado y comenzó a toser compulsivamente. Lo sujeté como pude, intentando aguantar las ganas de romper a llorar. No importaba lo que hiciera, iba a morir. Nadie podría curarle esa fatal herida de la espalda salvo un dios. Y no creía que fueran a hacerlo.
—¿Por qué? —le pregunté con la cabeza gacha sin ser capaz de mirar su rostro compungido por la agonía de la Muerte. Tánatos lo llamaba —. ¿Por qué has venido solo? ¿¡Qué esperabas conseguir haciéndote el héroe de ese modo tan estúpido!? —acabé gritando.
César me miró con sus ojos dorados, turbios.
—No había tiempo para armar a la legión —respondió con los dientes apretados entre gruñidos.
—Pues entonces no haber salido de la Castra. Ha sido una locura. ¡Te estás muriendo! ¡Vas a morir por una estupidez! —espeté ya sin poder contener las lágrimas y temblando de dolor, impotencia y frío.
—Morir por ti no sería ninguna estupidez, siempre y cuando fuera a morirme.
—¿Qué?
Un fuego violáceo apareció de la nada iluminando la cueva y calentándola con una velocidad sobrenatural. Boquiabierto, observé el fuego antes de dirigir mi mirada al Tribuno. Éste se había sentado con las piernas cruzadas para terminar de sacarse las flechas del cuerpo con una mueca de dolor y miles de reniegos y maldiciones. Por la divina Juno, ¿qué estaba pasando? ¿Cómo era capaz de seguir moviéndose y de respirar? Claudio soltó nuevos improperios mientras su cuerpo temblaba. Asustado, fui testigo de un asombroso prodigio. Las heridas de sus piernas, estómago, brazos, espalda y la de su costado se estaban curando frente a mis narices, cerrándose y dejando la maravillosa piel del Tribuno inmaculada, tan hermosa y dorada como siempre.
—Por Júpiter.
—No, por Júpiter no —rezongó él —. Más bien por Venus.
—¿Venus? ¿Qué quieres decir?
—Pues que todo esto es a causa de mi madre. De Venus —dijo estirando las piernas antes de soltar otro reniego —. ¡Me cago en esos apestosos! Las heridas en los huesos son las que más duelen al curarse.
Ante esas palabras, no pude evitar soltar un grito.
—¿Por qué gritas?
—¿¡Eres un semidios!?
—Te lo acabo de decir, ¿no? Venus es mi madre. Tuvo una historia de amor con mi padre y se quedó embarazada de mí.
¡Ahora todo tenía sentido!    
No sólo lo referente a su curación y a su invencibilidad en el campo de batalla, sino a su increíble belleza. Desde luego que era Adonis, uno moldeado a manos de la mismísima diosa Venus.
—¿Lo sabe alguien? —le pregunté lleno de curiosidad ahora que el miedo por su vida se había esfumado.
—Claro que no. Eso sería contraproducente en todos los sentidos. Además, en el fondo, no dejo de ser humano. Mi naturaleza, me refiero. Aunque sano rápido y cuento con la protección de mi madre, eso no quiere decir que no pueda morir y que no envejezca. Es mejor mantenerlo en secreto.
—Entonces —reflexioné —, ¿por qué me lo cuentas a mí?
César soltó un suspiro hastiado antes de estirar la espalda y hacer crujir las vértebras del cuello. Al parecer ya se le había sanado la fea herida que en otros habría sido mortal.
—De verdad que sigues siendo tan tonto como cuando éramos unos críos.   
Aquellas palabras me crisparon los nervios. ¿Ya empezaba la ronda de insultos?
—Si vas a comenzar a burlarte de…—no pude terminar porque me tapó la boca con la mano.
—¿Quieres callarte y escuchar, Nasica? Eso es lo que más me molesta de ti. Que interpretas las cosas de forma errónea y luego no cierras el pico para que los demás podamos explicarnos.
Aparté su mano y me crucé de brazo.
—Pues explícate, Tribuno.
—El otro día en las termas no me estaba riendo de ti —comenzó con la vista clavada en mí. Me sonrojé a pesar de todo por la intensidad de sus iris dorados —. Más bien era una risa dirigida a mí mismo. Lo cierto es que era incapaz de creerme que hubiera sido capaz de acercarme lo suficiente a ti como siempre había deseado. Sólo en mis mejores fantasías había podio besarse y tocarte como lo hice allí.
Mi corazón pegó un brinco en mi pecho y me mordí el labio para no interrumpirlo. ¿De verdad estaba siendo sincero?
—Ya de niño me sentía fascinado por ti. Puede que no seas el hombre más hermoso del mundo, pero hay algo en ti que me atrae como un imán, algo que me impide estar alejado. A pesar de tener sólo trece años, me parecías tan adulto y maduro. Tan culto. Nunca antes había visto a nadie leer con tanto ahínco y concentración a los grandes autores griegos o romanos. Y mucho menos escuchar recitar a Homero con tanta gracia.  Y tus ojos… Por los dioses, son muy hermosos, y se iluminan siempre que hay pasión o ardor en tu corazón. Era incapaz de apartar la vista de ellos. Aún hoy lo soy.
Tragué saliva mientras César se acercaba cada vez más a mí. El fuego violáceo arrancaba luces y sombras de su cuerpo de nuevo inmaculado, y me fijé en que su mentón no estaba marcado con cicatriz alguna a pesar de haber recibido puntos de sutura hacía tres semanas. Definitivamente, ese hombre era hijo de la divina Venus, deseable y sensual como la diosa del Amor.
—¿No lo entiendes todavía, Quinto? —susurró—. Siempre he estado enamorado de ti, por eso te molestaba a cada rato. Quería llamar tu atención, ser el objeto de esa mirada llena de pasión.
Su rostro estaba a escasos centímetros del mío y podía sentir su dulce aliento a vino y su olor corporal a flores y cítricos.
Qué estúpido había sido durante tantos años.
Qué idiota había sido él a la vez.
—Imbécil —le dije con los ojos entrecerrados, rodeándole el cuello con los brazos. Me molestaba tanto la ropa…—. ¿No te diste cuenta de que no necesitabas ser tan capullo? Yo estaba tan fascinado por ti que no podía sacarte de mi mente. Ni entonces ni ahora.    
Una risita musical brotó de su garganta y se me erizó el vello a la vez que un ramalazo de electricidad descendía por mi columna.
—Ambos hemos sido unos tontos—musitó con sus labios sobre los míos. Cerré los ojos cuando la boca de Claudio comenzó a paladear la mía.
Nos fundimos en un beso lento, profundo, lleno de necesidad y a la vez tierno, suave; recreándonos en el sabor del otro. En la lengua del otro.
Sus manos, ágiles, me quitaron la coraza y el cinturón de la espada. Con mi túnica manchada de barro y la suya además con sangre, caímos sobre un lecho de pétalos de olorosas rosas que había aparecido de la nada, cortesía indudable de la diosa Venus, siempre cómplice con los amantes fogosos.
La lluvia de fuera parecía tan lejana… Lo único que podía escuchar era el sonido de la respiración de Claudio, el de nuestros besos y el de nuestras ropas siendo removidas.
Completamente desnudos, recorrí, besé y saboreé su cuerpo mientras él hacía otro tanto con el mío. La temperatura de mi cuerpo subió a la vez que mi deseo por él. El amor que había estado acallando y reprimiendo desde que tenía trece años palpitaba con fuerza en mi pecho, y cada poro de mi piel lo gritaba sin pudor.
Sus dientes mordisquearon mi clavícula antes de descender más y más abajo entre besos y caricias. Arqueé la espalda para sentirlo mejor. Más profundo. Bajé mis manos hasta la parte baja de su cuerpo y él gimió, vengándose al poco haciéndome jadear y perder la poca cordura que me quedaba.
Más besos.
Mis piernas en su cintura.
Su pasión y la mía.
Nuestros cuerpos perlados de sudor.
No supe cuándo dejó de llover, no me importó el paso del tiempo. Sólo era capaz de dejarme llevar, de dejar que poseyera mi cuerpo; de poseer yo el suyo hasta que nuestros sentimientos nos consumieran.

***

El amanecer nos sorprendió abrazados.
El fuego había desaparecido, no así el lecho de rosas que nos seguía amparando. Alcé el rostro y contemplé el semblante de César, recreándome en la perfección de sus cejas, en sus pestañas rizadas, en sus pómulos, en sus...
—¿Te gusta lo que ves?
Su pregunta me hizo sonreír como un bobo enamorado.
—Sabes que sí. Sólo a un ciego no le gustaría mirarte. Al fin y al cabo, eres hijo de Venus —le recordé.
César hizo una mueca antes de echarse a reír y de pegar su frente a la mía y abrazarme con fuerza. Yo me dejé hacer hasta que sentí la necesidad de preguntar:
—¿Y ahora qué?
—¿Ahora qué de qué?
—No te hagas el tonto, Tribuno. Sabes a lo que me refiero.
Claro que lo sabía. ¿Qué pasaría con nuestra relación? Las relaciones entre personas de diferentes clases sociales no eran fáciles, pero todavía era peor cuando eso sucedía en el ejército. ¿Un soldado raso con un Tribuno? Eso no se había visto en la vida.
—¿Te enfadarías conmigo si te nombro Capitán? —me preguntó tanteando el terreno.
—Sabes que sí. No me gusta que me regalen nada. Lo que gano lo hago con el sudor de mi frente.
Claudio César echó la cabeza hacia atrás y se quedó contemplando el techo rocoso.
—Qué más da —soltó al cabo.
—¿Cómo?
Me miró a los ojos apoyándose con el codo.
—¿Qué importa lo que piensen los demás? ¿Qué les importa nuestra relación? Somos soldados y no dejaremos de lado nuestro deber a pesar de nuestro amor.   
—No es tan sencillo— le recordé—. El Senado no lo aceptará ni muerto.
—Lo que pasa es que son unos viejos amargados.
—¡Claudio! —lo amonesté.
—¡Quinto! —me imitó burlón dándome un fugaz beso en los labios.
—Tonto —lo golpeé en el pecho —. Hablo en serio.
—Yo también. Y te digo más, nunca había hablado tan en serio como ahora. Quinto, pase lo que pase, no me sueltes la mano, júralo.
Su voz destilaba tanta decisión y pasión que no pude evitar derramar lágrimas de felicidad. Porque tenía razón y yo ya estaba cansado de luchar contra aquello que hacía latir mi corazón.
Con aquello que me hacía vivir de verdad.
Lo que me hacía ser quien era.
—Pase lo que pase, no te soltaré la mano —le prometí.
Nos besamos y nos amamos de nuevo bajo la luz de Helios; bajo la mirada de todos los dioses del Olimpo.
¿Qué importaba recrearnos un poco más antes de regresar?
 

Gracias por leer.